Espíritu deportivo, juego y cultura
Iñaki Aduriz
Lunes, 26 de agosto 2024, 02:00
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Iñaki Aduriz
Lunes, 26 de agosto 2024, 02:00
Con las Olimpiadas de París 2024 finalizadas, antes de sus próximos Juegos Paralímpicos, y pasado el testigo a las de Los Ángeles 2028, de nuevo se podría concluir que el espíritu olímpico, u olimpismo, trasciende el deporte, para atribuir de forma generosa cualidades de este ... a la marcha de las naciones y de la sociedad en general. Frases adjudicadas al fundador de los Juegos Olímpicos modernos, Pierre de Coubertin, son plenamente actuales. Una a destacar podría ser la de que «el olimpismo es una filosofía de vida, basada en la fraternidad y la paz». Menos se suele hablar del espíritu deportivo, que sería el trasfondo del olimpismo, lo más cercano al deporte concreto, sin que tampoco estuviese exento de volcar esa expresión a la vida diaria, a menudo como antídoto contra la adversidad y la incertidumbre que a veces se adueñan de ella. «Asumir la derrota con espíritu deportivo» es una expresión que se suele utilizar, y no solo en el mundo del deporte. Producto, en efecto, de dos términos opuestos –espíritu o lo inaprehensible, y deportivo o cuerpo y mente–, cobra sentido no obstante su expresión final, provista de un tono positivo que se asigna a la ejecución de cualquier actividad deportiva y, por extensión, a la darwiniana 'lucha por la vida'.
Se ha visto en estos pasados Juegos Olímpicos un lugar donde se realizaba en pequeño algo así como una anhelada utopía de hermandad entre los seres humanos, aunque solo fuera por dos semanas y la cita olímpica sirviera de excusa. Pero, a lo que íbamos. No solo se estaba atento a la llegada de iconos deportivos de toda clase y condición –pensemos en una Simone Biles, por citar a una gran campeona–, sino, principalmente, a la ejecución de sus pruebas, a lo estrictamente deportivo, como la capacidad de resistencia o de fuerza y explosión de dos carreras antagónicas –maratón y cien metros lisos–, o de superación y logro de victoria, por parte de los que estaban mejor en ese momento, o de sufrimiento de la derrota, de los que tuvieron que irse a casa sin premio, pero con una experiencia inolvidable. Convendría añadir, ya que se habla de victoria y derrota, que ambas experiencias se convierten en caldo de cultivo de ese espíritu deportivo del que se habla, que logra a su vez que las dos encajen en él y que acaben por intercambiarse. Por eso, aunque es fácil decirlo, en un mundo como el deporte habría que minimizar decepciones –salvo lesión u otra contingencia– por el hecho de que algún participante no pudiera alzarse con el triunfo, ni mejorar su marca. Quizás aún hoy haya que seguir incidiendo en que la victoria no se entiende sin la derrota, ni esta sin la primera. ¿Qué otro ámbito de la vida, más allá del deportivo, las acoge con tanta familiaridad? Aunque se las tome como facetas del vivir diario, es seguro que dentro de este cuesta más comprenderlas y asimilarlas. Y es que el juego de la vida real es otra cosa, tiene otras implicaciones. Con todo, siguiendo por esta senda de recompensas y penalizaciones, se podría acabar diciendo que encumbrar al victorioso o victoriosa es, desde luego, de justicia, pero sin extralimitarse ni anular o desmerecer al que puso todo su ahínco y perdió la prueba, dentro del marco de un juego, lucha o competición con buenas dosis de seriedad. Solo estar entre los mejores, ser, en este caso, de la élite olímpica, no es poca cosecha. Sin dejar de lado el punto de vista ético, que sirve para saber calibrar excesos que buscan otros intereses ajenos al normal cumplimiento de cualquier práctica deportiva.
Bajando el listón al nivel de los ciudadanos de a pie, es de todos conocido que, dentro de las tareas escolares, en las que nunca habría de faltar el deporte, o fuera ya de las distintas labores profesionales y de las ocupaciones diarias, el ejercicio físico y mental se presenta como un ámbito diferente y beneficioso, de cara a reforzar, en un marco de juego reglado que el desenvolvimiento de dicho ejercicio conlleva, el mismo espíritu deportivo, además de otras habilidades individuales y sociales. Podría ser el recordatorio de la relación intrínseca que hay entre juego –deportivo, en este caso–, y cultura. No hace falta decir que la máxima expresión del primero, los Juegos Olímpicos, se presenta también como formidable cauce de la segunda, aunque, fuera de la inauguración y clausura parisinas contempladas, poco ha resonado este tema. Y la cita olímpica francesa sí ha tenido mucho que ver con la cultura, es decir, con ese juego deportivo que resume «la lucha para ver quién reproduce mejor algo». Palabras finales estas, por cierto, del holandés, Johan Huizinga, incluidas en su 'Homo ludens o el juego y la cultura' (1938), obra con nuevas ediciones en la actualidad, y donde no solo se pone el juego al mismo nivel de otras artes, saberes o expresiones humanas, sino que se lo considera elemento central de la misma cultura.
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