
No es la primera vez
Iñaki Adúriz
Viernes, 28 de marzo 2025, 01:00
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Iñaki Adúriz
Viernes, 28 de marzo 2025, 01:00
Se debería echar una mirada atrás para darse cuenta de lo que supone una salida forzosa de menores solos de su vida habitual en su ... país de origen, al insospechado encuentro de otro país, con otra situación vital y social diferente. Eso, sin hablar de las temibles vicisitudes del viaje. Acaso, me vaya un poco lejos en el tiempo si me remito a las evacuaciones de menores que se produjeron en torno al cataclismo humano de la guerra civil de 1936. Se estima que alrededor de 50.000 niños hubieron de salir de este país, para salvar sus vidas de la masiva destrucción a la que se les había abocado. La inmensa mayoría fueron exiliados a Europa, incluida la antigua Unión Soviética. Fuera de Europa, cerca de 500 marcharon a México, en junio de 1937, siendo los precursores de un buen número de personas exiliadas que salieron después. Si bien, muchos de los menores regresaron al poco tiempo de acabar la guerra, los llamados 'Niños de Rusia' fueron repatriados más tarde, por culpa, sobre todo, de la II Guerra Mundial, y los que habían desembarcado en México, en concreto, en el puerto de Veracruz, por iniciativa de unas «damas mexicanas que entienden cómo debe hacerse patria» (Lázaro Cárdenas), tuvieron que permanecer prácticamente de forma definitiva, en ese país de asilo. El regocijo, al llegar sanos y salvos, fue mutuo, según el intercambio de telegramas, entre Cárdenas y Manuel Azaña. Los más pequeños tenían 5 y 6 años. Hasta hubo uno de 4. El no reconocimiento del régimen franquista, asentado tras el golpe militar, fue uno de los principales problemas, aumentados estos por la falta de papeles y documentación, aunque, al principio, el presidente Cárdenas les proporcionó una carta como «hijos adoptivos del gobierno de México», si bien solo válida durante su sexenio de gobierno. Después, tuvieron que luchar solos, más de la cuenta. Fueron conocidos como los «Niños de Morelia».
Si es cierto que desde entonces no han transcurrido 88 años en balde, que los modos de hacer política han cambiado, que las emigraciones y exilios han aumentado, y diversificado más allá de aquellas alusiones a los «pueblos hermanos» y, muchas, ahora, sin ningún tipo de supervisión oficial, la estela de esos niños huérfanos de milicianos muertos en combate o de padres perdidos en los movimientos forzados, mientras duraba el trágico episodio bélico, descendiendo del vapor 'Mexique' a tierra, para iniciar una nueva vida, casi siempre se me reproduce, cuando a diario arriban a nuestras costas menores migrantes sin familia. Al fin y al cabo, todos eran y son víctimas propiciatorias de todos los conflictos, todos confiaban y confían en una patria nueva que ha de acogerlos, todos se sintieron (lo dijo Amelia Solórzano, viuda de Cárdenas) y se sienten abandonados, todos llegaron y llegan indocumentados, todos poseían y poseen esa conciencia de ayudarse los unos a los otros y, por último, todos estuvieron dispuestos y están dispuestos a desarrollarse, formarse, vivir y contribuir a la mejora del país que los acogió o los acoja.
Con este bagaje y experiencias, no casa el proceder hasta ahora de la política española, salvo la paciencia demostrada por los representantes políticos más implicados, un tanto errático y lleno de desencuentros, a la hora de encarar el problema de los miles que, llegados a Canarias y Ceuta, se agrupan como pueden a la espera de una reubicación equitativa –la de unos 4.400 menores–, por el resto de comunidades autónomas. Hablaría, aun con la complejidad que el asunto de distribuirlos entraña, de una cierta política de la arrogancia. Es una realidad el goteo incesante de llegadas y que, debido a ello, el problema aumenta y adquiere otra dimensión. Sin embargo, parece que se actúa, como cuando se cree que se tiene delante un acontecimiento inédito, con el que, recreándolo, en una suerte de toma y daca político, sacar provecho partidista, y sin importar que en él formen parte central personas con derechos que necesitan dar salida a sus vidas. No sé, pero me recuerda un cierto maniobrar 'trumpista'. No se olvide la imposibilidad que hubo el verano del año pasado, de llegar a un acuerdo en esta materia. Con todo, la aprobación, este 18 de marzo, a través de un real decreto ley, por parte del Consejo de Ministros, de la reforma del artículo 35 de la Ley de Extranjería, para el sistema de reparto de menores migrantes no acompañados, parece que desatasca la cuestión. Queda, no obstante, un camino arduo, de acciones legales y recursos, hasta que entre en vigor. ¿Ayudará a algunos el que se piense que por desgracia no es la primera vez, ni será la última, que los menores de cualquier rincón de este planeta han tenido que exiliarse? Lo dudo.
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