Los grandes industriales alemanes entran en política y dicen hasta aquí hemos llegado. Las elecciones del domingo 23 mantienen en vilo a la locomotora europea y los presidentes de Siemens, Mercedes y Deutsche Bank han lanzado un aviso directo a sus representantes, la CDU y ... la CSU: «Hemos llegado al punto crítico, quizá incluso lo hayamos superado. Es hora de actuar». La industria, el núcleo duro de la identidad y de la prosperidad alemanas, advierte al conservadurismo político de que la colaboración con la ultraderecha de Alternativa para Alemania es inaceptable.

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Que las mayores industrias del país hablen de forma tan clara denota la gravedad que otorgan al momento. Ven el peligro. El rotulador de punta gorda de Trump marca el ritmo al que baila el mundo. Trazos gruesos, zafios y simples para una democracia instrumental, solo válida si soluciona los problemas de uno, prescindible en caso contrario. En Alemania, la democracia ha sido un vehículo para la prosperidad, ese ha sido su sentido desde la II Guerra Mundial. El contrato socialdemócrata hizo que el capitalismo de mercado crease buenos empleos de clase media y un estado del bienestar más igualitario. Una oferta con la que los sistemas totalitarios de China y la Europa del Este no podían competir.

Ahora que la prosperidad compartida no está garantizada, no todo el mundo ve necesarias las libertades civiles y políticas y aceptaría un poder fuerte si asegura más dinero en el bolsillo. Si a eso se añade el resentimiento por creer que otros vienen de fuera para robar, el campo para la extrema derecha está abonado. Euskadi no es Alemania, pero la industria también es su ley fundamental. Algo se mueve, pero hará falta mucho más.

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