Ya en 'Emilio', obra fundadora de la moderna pedagogía, Rousseau lamentaba la ausencia de formación sexual en los menores: «¿Cómo se hacen los niños? Ese es un tema delicado que asalta de manera natural a los muchachos y cuya respuesta, ya sea indiscreta o evasiva, ... puede resultar decisiva para sus costumbres y su salud el resto de sus vidas. La solución más cómoda que una madre imagina para sortearlo sin engañar a su hijo es hacerle callar.
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Dos siglos después no habían cambiado mucho las cosas. La sexualidad era una cuestión de la que apenas se hablaba en familia ni en la escuela, y así que pusiéramos a prueba el tabú con un comentario o una pregunta, nos topábamos con un muro de silencio a la manera de la madre del Emilio: «Ya aprenderás cuando tengas edad» o, aún peor, «Déjate de cochinadas». Toda nuestra información procedía de mitos y exageraciones de la literatura sicalíptica, o de conversaciones sustraídas a los adultos empasteladas con hablillas de patio de recreo. Nada tiene, pues, de raro que con su primera regla algunas niñas entraran en pánico ni que los niños corrieran a confesarse a cada polución nocturna.
Tanto en la capilla como en el aula, la actitud de nuestros enseñantes nos sumía en el estupor. Prueba de su pacatería: a la altura de los 12-13 años, la asignatura de Ciencias Naturales incluía una lección (la 16) dedicada a 'La reproducción de los seres vivos'. Albergábamos la ingenua esperanza de que al fin se nos desvelase aquel arcano de una manera académica y clara, pero ¡quia! Llegado el día, el jesuita anunció sobriamente: «Y una vez que hemos terminado la lección 15, pasamos a la... 17». Así funcionaban nuestros padres desorientadores.
Al siguiente curso, el jefe de estudios empezó a convocar por separado a los alumnos más espabiladillos interesándose por su estado libidinal. Tras las preguntas de tanteo, desplegaba sobre la mesa la foto de una chica en bikini (tipo Raquel Welch en 'Hace un millón de años'): «¿Te provoca algo?». Y empezaba el interrogatorio sobre nuestra práctica y frecuencia del 'pecado solitario', conversación que claramente encachondaba al teatino.
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Pese a una formación tan deformante, bastante equilibrados hemos salido; bueno, eso creo. Pudo pervertirnos la ignorancia y la represión, como hoy envilece a los chicos la pornografía y el cibersexo. Estos nuevos 'Emilios' ya saben cómo nacen los niños, pero tienen dificultades para hacer del sexo un elemento de placer y de comunicación, y no de dominio y cosificación.
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