Las primeras creencias escatológicas datan de hace unos 115.000 años y se manifiestan en tumbas con huesos de animales, flores, hierbas medicinales y objetos valiosos. Más tarde, entre unos 40.000 y 35.000 años atrás, se equipaba a los difuntos de auténticos kits ... de supervivencia incluyendo alimentos, ropa y herramientas. Signos que nos definen como 'Homo loquens, faber et moriturus', animales dotados de palabra, fabricantes y con conciencia de la muerte. La lucha contra ella ha sido y es fuerza motora de la civilización y el miedo ante ella, la fuente del ego que se rebela contra su caducidad.
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El último presidente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, decía que durante su carrera política conoció a líderes que habían sucumbido al pecado supremo de la inteligencia, a la llamada 'hibris', la irreflexión de que la muerte no iba con ellos. Muy comúnmente la crueldad les caracteriza: decidiendo sobre la vida del prójimo acaban creyéndose soberanos sobre lo que la trasciende. A propósito de la Rusia comunista, en su ideología latía el poderoso anhelo de derrotar a la parca como meta suprema de la revolución. De ahí que al fallecimiento de Lenin en 1924 decidieran embalsamarlo en espera de que el progreso científico permitiese en un futuro su resurrección. Va para cien años y ahí sigue cual alma en pena exhibida como atracción de feria al servicio patriótico de otro Vladímir, déspota de aspecto inarrugable y obsesionado por el paso del tiempo.
La ilusión tecnocientífica de que con las armas de la ciencia podremos evitar nuestra extinción parece arraigada. En Estados Unidos hay quienes pagan alrededor de 43.000 euros para que sus finados cuerpos sean criogenizados, y menos de la mitad si solo se guarda el cerebro en la nevera para su acople el día de mañana a un 'hardware' orgánico. El negocio de la vida eterna se reviste con nuevos ropajes.
En la festividad cristiana de la victoria del espíritu sobre la carne mortal puede que nos haga reflexionar la evidencia histórica de que no siempre y en todo lugar al ser humano le ha repugnado su finitud. Tomemos a los griegos de la antigüedad cuyos dioses, cansados de vivir sin horizonte temporal, sentían envidia de los humanos. O veamos cómo el vitalismo moderno, al identificar eternidad con intemporalidad, concluye que solo vive eternamente quien vive en el presente. Lo que un personaje de 'Sin aliento' de Godard expresa simpáticamente cuando, preguntado por su mayor ambición, responde: «Ser inmortal, y luego morir».
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