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Las instituciones eternas

A la última ·

Miércoles, 9 de diciembre 2020, 00:05

Mientras los fuegos artificiales con los que se anuncian las primeras vacunas contra el coronavirus, la venta millonaria de las canciones de un bardo a una multinacional o las últimas corruptelas de un exrey en decadencia continúan invadiendo de ruido el campo de feria de la reflexión; una de las noticias más relevantes en lo que llevamos de siglo -lo es por su poder anticipatorio con respecto a las décadas que están por venir- se nos ha pasado por alto: el agua ha comenzado a cotizar en el mercado de futuros de Wall Street. A partir de este lunes el precio del líquido elemento ya fluctúa como lo hacen los del oro o el petróleo, y algunos índices, consultoras y gurús económicos no han tardado ni diez minutos en achacar la especulación a la escasez.

En la conclusión de su libro 'Lo que está mal en el mundo', G. K. Chesterton critica aquellas leyes modernas que pretendían erradicar los piojos en los suburbios cortándoles el pelo a las niñas pobres: «Esa gente nunca parece darse cuenta de que la lección de los piojos en los suburbios es que lo que está mal son los suburbios, no el pelo». Con el agua pasa lo mismo y, por mucho que las leyes de ahora sean las del mercado, el razonamiento es análogo: por lo visto, la solución a la escasez de agua en el planeta pasa por hacerla cotizar en bolsa. En realidad, como bien dijo Chesterton, sólo por medio de instituciones eternas como el pelo -o como el agua- podemos someter a prueba instituciones pasajeras como los imperios -o los mercados-. Quizá, para cuando nos demos cuenta de que la gestión del riesgo, las fluctuaciones, la oferta, la demanda o los índices de precios no se pueden beber, ya sea demasiado tarde para salvarnos nosotros.

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