Hay que recordar en este momento, y me temo que en otros muchos más, la definición sobre Donald Trump de Chris Stewart, un antiguo diputado republicano y coronel de las Fuerzas Aéreas, un gran amigo del presidente norteamericano que dice: «A Donald Trump hay que ... tomárselo en serio, pero no al pie de la letra». La idea está lanzada: desplazar de Gaza a los palestinos para ubicarlos en países vecinos como Egipto y Jordania mientras Estados Unidos toma el control de la Franja para reconstruirla y convertirla en la Riviera de Oriente Medio. Tiene la intención de sacudir el tablero para que a nivel regional se tome una decisión porque si no Washington puede tomar las riendas.
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El rechazo a esta iniciativa ha sido generalizado. Portavoces de la Casa Blanca matizarían después que el desplazamiento sería temporal, voluntario, que Estados Unidos no va a enviar tropas a Gaza y que no va a gastar presupuesto federal pero también ha mantenido como viable y conveniente la iniciativa e invita a países europeos como España, Noruega e Irlanda, que han reconocido a Palestina, que sean coherentes y acojan a esos palestinos.
Aquí radica una de las cuestiones clave. Hamás no es Palestina, pero ahora todo está mezclado y países vecinos como Egipto y Jordania continúan negándose en redondo como llevan haciendo desde hace mucho tiempo. Rechazan asumir más riesgos de inestabilidad como los que ya han vivido a lo largo de los años.
El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, ha afirmado que es la primera buena idea que ha escuchado y ha ordenado a su Ejército que haga planes para la salida voluntaria de los que vean la opción de recuperar sus vidas en otro lugar.
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Nos encontramos ante la cruda realidad que hay que afrontar. Abordar la segunda fase del alto el fuego tras la liberación de rehenes israelíes y de prisioneros palestinos, pensando en la tercera que nos lleva a cómo se hace la reconstrucción y sobre todo quién tiene el control de la franja. Israel ha dejado bien claro que no va a permitir que Hamás y la Yihad islámica sigan utilizando Gaza para sus intereses y los de Irán. Tampoco Cisjordania, donde la Autoridad Nacional palestina lucha por evitar que las operaciones militares de Israel provoquen una situación de guerra abierta.
La idea está lanzada. Trump juega con la teoría de la estupefacción que utiliza constantemente con órdagos que provocan estupor, hilaridad, sorpresa, escándalo e indignación, como con los aranceles, pero ahí queda. Con el tiempo se va fraguando una solución que ya veremos si difiere mucho de la Riviera de Trump.
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