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Internacional antifascista
Javier Madrazo Lavín
Viernes, 17 de enero 2025, 01:00
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Javier Madrazo Lavín
Viernes, 17 de enero 2025, 01:00
En un momento en el que en España la vivienda es la tercera preocupación y la mayor inquietud para casi una de cada cuatro personas, ... he tenido la oportunidad de mantener un encuentro en Caracas con el ministro Raúl Paredes, máximo responsable en Venezuela de una política de país, que tiene como objetivo proporcionar un lugar digno a las familias y colectivos vulnerables. Algo estarán haciendo bien cuando en los últimos años han construido cinco millones de viviendas. Estas noticias jamás llegan a Europa, pese a su impacto positivo y el compromiso social del Gobierno de Venezuela. Como en todos los países, habrá, sin duda, sombras en la gestión, pero resulta obvio constatar que asistimos a una campaña de deslegitimación y bloqueo contra el Ejecutivo bolivariano, al que se presenta como enemigo de la democracia cuando, en realidad, quienes quieren terminar con ella son gente como Donald Trump y Elon Musk.
Pienso en todo ello en un viaje de regreso de Caracas, donde he participado en el Encuentro Mundial Antifascista y en la toma de posesión de Nicolás Maduro. He percibido esperanza en un país que atraviesa una etapa compleja, pero es consciente de que la revolución ha permitido desarrollar políticas progresistas, entre otras, en vivienda, y un modelo de autoproducción y soberanía alimentaria para no depender de terceros países ni empresas especulativas. Mientras en Europa solo escuchamos las voces de una oposición interesada en recuperar el control de Venezuela y sus recursos, in situ he sido testigo de una gran movilización en defensa de la toma de posesión de Maduro por parte de los sectores populares, organizados en Comunas.
Los actos se han celebrado en paz y convivencia. El imperialismo norteamericano, con el seguidismo de la UE, no respeta la voluntad de aquellos países que aspiran a gestionar su destino y su riqueza, especialmente el petróleo, que está en el origen del intento de colonización de Venezuela. La solución a los problemas que sacuden a este país no llegará de la desestabilización, la injerencia y la imposición. Será la propia sociedad la que decida el camino a seguir. El fracaso de la operación Guaidó es un caso claro de lo que no se debe hacer.
España y Euskadi tienen legitimidad para ejercer un papel de interlocución y puente, pero este rol exige prudencia. Alinearse ciegamente con Edmundo González y Corina Machado, como ha hecho el Gobierno Vasco, no es el mejor modo de ayudar a resolver los problemas existentes. En Venezuela se están haciendo muchas cosas bien y la vivienda, como he señalado, es una de ellas. En lugar de dar siempre lecciones, desde un estatus de superioridad, también podemos aprender. Hasta que la ciudadanía en España no ha salido a las calles a exigir su derecho a poder vivir en un piso que pueda pagar, la única política es la especulación.
Ser humildes nos hace más humanos. El verdadero fascismo no está hoy en Venezuela. Se sienta en la Casa Blanca y se expande en Europa. Maduro no representa una amenaza para el mundo ni para la democracia global; Trump, sí. Estados Unidos está dirigido hoy por un Consejo de Administración y no por un gobierno que represente los intereses de su población. El futuro no invita al optimismo. En este contexto, cobra sentido la constitución de una Internacional Antifascista, que está presente en 77 países y cuenta con una ambiciosa agenda de trabajo aprobada por más de dos mil participantes en la Convención de Caracas.
A la ultraderecha no le basta el control económico; quiere el político y judicial. El tecnológico ya lo tienen y con el ma nipulan a la opinión pública, propagan bulos y condicionan el pensamiento y el voto. La historia se repite: los magnates alemanes financiaron a Hitler y ahora los magnates americanos lo hacen con Trump. La izquierda debe reactivarse, sumar fuerzas y esfuerzos, ganar la confianza perdida, afrontar las demandas de la ciudadanía y representar una alternativa. No basta con intentar frenar a la ultraderecha sólo con proclamas.
El discurso más reaccionario tiene su público más entregado en la franja de 18 a 25 años, las clases medias empobrecidas y las personas con empleos más precarios. El malestar social se expande como un virus y la izquierda debe buscar el antídoto, del mismo modo que la socialdemocracia y el centro más civilizado, al menos en Europa, han de interiorizar que el avance de la ultraderecha les gana la partida; es prioritario impulsar una rebelión inteligente, que pasa sí o sí por acuerdos amplios que permitan demostrar con hechos que quienes creemos en la democracia trabajamos para atender las necesidades básicas de las personas. Toca actuar.
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