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No es el título de una película, sino de las protagonistas que junto los obispos de Burgos, Vitoria y Bilbao y con Pablo de Rojas – ... obispo excomulgado en 2019– están siendo protagonmitas estos últimos días por una buena parte de los medios de comunicación del país y del extranjero. Quien quiera tener conocimiento de una exposición –así me lo parece– bastante fiable de los hechos, puede asomarse a la página web del arzobispado de Burgos y leer la Nota de la diócesis al respecto.
Según dicha Nota, las monjas de Belorado y Orduña acusan a los obispos de Burgos, Vitoria y Bilbao de entorpecer con su «silencio» la venta de un monasterio en la localidad vizcaína de Derio al no haber facilitado el preceptivo permiso para que Roma autorizara la operación. Los obispos, por su parte, responden que no se ha dado permiso porque no se ha recibido solicitud alguna. En la misma Nota se informa de que el 13 de abril, la presidenta de la Federación de Clarisas, a la que pertenecen las monjas de Belorado-Orduña, pone en conocimiento del arzobispo de Burgos la sospecha de un posible cisma por parte de dichas clarisas. Tal sospecha se confirma el pasado lunes cuando las citadas monjas acusan públicamente a la 'Cátedra de Pedro', es decir, al Papa actual y a sus antecesores, de «contradicciones, lenguajes dobles y confusos, ambigüedad y lagunas de doctrina». Y, al mismo tiempo, manifiestan su intención de abandonar la Iglesia Católica, situándose bajo la tutela y jurisdicción de Pablo de Rojas Sánchez-Franco, fundador de un colectivo, Pía Unión de San Pablo, tipificado como secta, y con muy pocos adeptos.
Hasta aquí recuerdo algunos de los hechos más reseñables. A partir de ahora expongo las explicaciones posibles. Yo de momento he encontrado muchas, pero retengo dos. Según la primera, en los últimos tiempos habría aparecido un mecenas que estaría dispuesto a prestar a las monjas de Belorado-Orduña el dinero para comprar el monasterio de Orduña. Las propietarias del monasterio, sospechando que el posible mecenas pudiera ser Pablo de Rojas, se niegan a venderlo. Es entonces cuando las monjas de Belorado-Orduña encienden la chispa que provoca el incendio. Y lo hacen disparando contra el arzobispo de Burgos y los obispos de Vitoria y Bilbao por haber «entorpecido» con su silencio la compraventa de los monasterios. Visto así, algunos sostienen algunos que la reacción de las monjas parece estar presidida por una ira incontenida ante lo que tiene toda la pinta de ser el primer paso de un posible pelotazo inmobiliario a medio o largo plazo.
Nada de eso, sostienen otros, para quienes los hechos parecen obedecer más bien a la pretensión de contar con una infraestructura noble –y relativamente económica– desde la que seguir haciendo la contra a la Iglesia más abierta, representada por el Papa Francisco. Por tanto, el interés no sería económico sino ideológico. Hay, recuerdan estas personas, un precedente: Steve Bannon –estratega jefe de la Casa Blanca hasta agosto de 2017 en la administración del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump– quiso establecer en 2019 un campus académico de formación teológico-política de extrema derecha en el complejo monástico en Trisulti, cerca de Roma; en este caso, mediante un contrato de arrendamiento que, finalmente, fue torpedeado por el gobierno italiano del momento.
Un proyecto de ese calado, replican otros, es imposible en este caso. Y más, conociendo el perfil económico y formativo de Pablo de Rojas o de las monjas de Belorado-Orduña. Por supuesto, se les responde, ninguno de ellos tiene la preparación y la capacidad financiera del estadounidense, pero todos tienen en común unos mismos o muy parecidos objetivos. De ahí, por ejemplo, que las monjas, tras denunciar las «contradicciones, lenguajes dobles y confusos, la ambigüedad» y las lagunas doctrinales del Papa actual y de sus predecesores, hayan manifestado su intención de «abandonar la Iglesia Católica». ¿Solo por motivos económicos?
No parece. Y no parece –respondo por mi cuenta– porque creo que hay varios puntos de enfrentamiento con el actual Papa y con la Iglesia postconciliar por parte de una ultraderecha eclesial y social que no traga con el magisterio de Francisco cuando se adentra en el drama de la pobreza, en la guerra; en el trabajo de los emigrantes, en la trata de personas, en los abusos sexuales y en las violencias contra las mujeres o el aborto. Y con ellos, en la maternidad subrogada, en el suicidio asistido, en el descarte de las personas con discapacidad, en la teoría de género, en el cambio de sexo y en la violencia digital. Pero la ultraderecha no está sola. También se mueven en la misma longitud de onda –no se puede olvidar– una derecha «más civilizada», igualmente eclesial y civil, así como otros colectivos sociales y políticos.
En segundo lugar, porque todos ellos tampoco tragan con una Iglesia sinodal, es decir, una Iglesia gobernada de manera corresponsable por todos los bautizados. Como siempre, queda en manos del lector acoger una u otra de las interpretaciones o, si tiene a bien, aportar la suya.
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