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Horra sei bertso
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dan Joxemari...
Indalezio Bizkarrondo, Bilintx
Estos versos satíricos de Bilintx crearon alboroto en San Sebastián a mediados del siglo XIX. El empresario Tomás Gros, quien dio nombre al barrio, detentaba la concesión para recogida de basura en la ciudad y no daba de comer suficiente al caballo que tiraba del carro de recogida. Los versos tenían fuerte carga social: el señor Gros para alimentar su avidez económica, no alimentaba al pobre caballo. Los donostiarras entendieron bien el mensaje. También el empresario y su familia que dejaron de saludar al poeta.
Quisiéramos hoy un caballo y su carro en esa tarea, incluso un pequeño burrito. En su lugar, recorre las calles, entre otros, el Monstruo del vidrio, creando el pánico, haciendo temblar a los niños, jóvenes, maduros y ancianos. Es una bestia enorme, que tras recoger en recipientes las numerosas botellas de los bares, las levanta y las arroja en su gran panza creando un estruendo capaz de destrozar los tímpanos más resistentes. Hace unos días, un niño que lo vio llegar, se tapaba los oídos con las manos y gritaba desde su silla: ¡Cristales! ¡Cristales! Así cómo va a crecer la demografía.
Tomas Gros falleció hace muchos años. Ahora se ocupa de los monstruos la compañía de Florontzio. Sus pobres trabajadores, asaeteados por las miradas asesinas de los viandantes, corren como descosidos, deseando ser invisibles. Cuando me cruzo con la máquina, suelo rezar: que lleven todos estos monstruos a Ucrania para asustar a los soldados rusos, serán más efectivos que los tanques Leonard.
La propia concepción de estos engendros es deplorable. El Club de Roma, desde su fundación en 1968 y muchas otras organizaciones internacionales después, lo han dejado claro: tenemos que consumir la mitad, reutilizar el máximo posible, solo en los casos de imposibilidad reciclar... Aquí jugamos a la contra. En lugar de reutilizar las botellas, las rompemos. Los camiones llevan un lema de Econoséqué pintado, con la intención de hacer creer a los incautos que realizan una tarea ecológica.
Para superar la tristeza que esto produce, es buen remedio escuchar los chistes de los guías de grupos turísticos que nos rodean. Dos muestras. En la Consti: «Aquí, el 19 de enero, colocan un tablado y a las 00:00 horas los donostiarras tocan la Marcha de San Sebastián en los tambores. A partir de ahí comienza la Semana Grande». En la Brecha de las obras interminables: «En San Sebastián se habla muy poco en vasco, pero si vais a comprar a las caseras y les habláis en euskera, os hacen rebaja». Se me puso cara de tonto, que siempre les he hablado en vascuence y nunca me han hecho rebaja.
A este turismo que, en opinión de nuestro gobernantes es tan enriquecedor, deberíamos proporcionarle mejor información, sobre todo ahora que se está diversificando: hay ya turismo de guerra, de volcanes, de incendios... Cuanto mayor sea una calamidad natural, más quieren acercarse a ella para verla de cerca. Y si surgen problemas, rápidamente gritan: ¡Ay, mamá, sálvame! A mí se me quedó cara de tonto, pero estos son tontos de remate.
Los informativos, además de esas cosas, nos enseñan y alaban todos los detalles de las fiestas. Grandes grupos de gentes arrebañadas repitiendo las mismas emotivas palabras: esto es único en el mundo, no se puede contar, hay que vivirlo. Así con el Rey León de Baiona, con el chupinazo de sanfermines, la bajada de Celedón, el cañonazo donostiarra, la resurrección de Mari Jaia y los equivalentes de cientos de pueblos. Demasiados únicos. Todos excitados y con el vaso de cerveza en la mano. Tras las fiestas vendrán las celebraciones de conquistas deportivas épicas. La cuestión estriba en que las masas vivan en estado de entusiasmo permanente: se gasta más y con menos exigencia. El calendario ecológico dice que el 2 de agosto consumimos la capacidad de gasto del planeta para este año. Y la deuda que llevamos acumulada. No sé si estamos para tantas fiestas.
Necesitamos un gran cambio. Pero los humanos solo nos hemos solido dar cuenta del cataclismo que se nos avecina cuando lo teníamos encima, como con la erupción del Vesubio en Pompeya. Y de momentos tenemos avisos, pero no parece tan inminente. En unos años, nos cagaremos todos encima, si es que nos da tiempo a cagarnos. Se desechará esta aparente democracia del consumo y se nos impondrá una dictadura. Espero que al menos sea una dictadura ilustrada. La preferiré a este populismo barato que nos rodea. Pero mejor no sigo. La historia enseña también que los que anuncian futuros oscuros no suelen ser queridos por los pueblos y suelen tener mal final: el profeta Isaias, Séneca, Tomás Becket... A su lado soy una peladilla, mejor ni lo pienso.
No olvidéis, por favor, pedir en todo lo que podáis que retiren el monstruo del vidrio. Los amigos de la contaminación acústica que no se asusten, hay muchos suplentes esperando. Por ejemplo, la Electrotxaranga de los Piratas.
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