Lo queramos o no, estamos inmersos en un juego de roles que condiciona nuestro día a día. En ese juego nos toca desempeñar diferentes papeles que, muchas veces, entran en conflicto y nos enfrentan a espacios de complejidad en los que no resulta fácil desenvolverse ... con un mínimo de coherencia.
Vivimos en un mundo con crecientes cotas de complejidad. Un mundo en el que necesitamos armonizar el respeto e impulso de la diferenciación –que activa lo mejor de la diversidad, como la creatividad– y el compromiso simultáneo con la integración –que permite compartir y actuar en cooperación para progresar–. Lo personal y lo colectivo coexisten y nos desafían permanentemente.
Este desafío se ha convertido en una característica del mundo actual y todavía lo será más en el futuro, dado que estamos transitando inevitablemente a un paradigma relacional, que pone en el centro a las personas. Así, cuando hablamos de un mundo en transformación, hablamos de personas que están transformando el mundo. Personas que se relacionan con otras, en un espacio y tiempo determinados y en un contexto, para avanzar y progresar en el bienestar. Personas que al transformar el mundo se transforman a sí mismas y al entorno.
Cuando hablamos de un mundo en transformación, hablamos de personas que transforman el mundo
En el nuevo paradigma relacional las personas ocupan el centro de todo, pero no personas entendidas como entes individuales aislados de todo y de todos, sino siempre en relación con otras, dando lugar a diferentes tipos de organizaciones. Por eso, junto a las personas siempre están las organizaciones como las protagonistas del desafío en momentos de profundas transformaciones sociales.
En realidad, las organizaciones reflejan estructuras formales de relación de las personas para compartir, con el fin de alcanzar objetivos de diferente naturaleza. Por eso es importante analizar el sentido de las organizaciones desde la perspectiva de las personas, porque no dejan de ser el resultado de las mismas. El análisis de los tipos de relaciones y las organizaciones a las que dan lugar presenta expresiones muy variadas; por ejemplo: familias, empresas, instituciones públicas, universidades, organizaciones para la salud, organizaciones para la solidaridad, sindicatos y asociaciones empresariales...
Pues bien, como protagonista fundamental de la vida de las organizaciones cada persona ejerce un rol propio, pero asume, además, un rol representado –en representación de la organización– cuando se relaciona con otras en nombre de la misma. Porque no podemos olvidar que las organizaciones, aunque sean personas jurídicas, precisan de personas que las representen. Por otra parte, las mismas personas pueden pertenecer, simultáneamente, a distintos colectivos, de manera que se encuentran inmersas en un juego de sentidos de pertenencia y roles diferentes.
Así pues, la coexistencia de roles es inevitable y supone un desafío permanente para armonizar el ejercicio del rol personal –expresión de su individualidad– con el rol o roles representados –como representantes de una organización–. No existe una fórmula mágica que nos garantice el adecuado ejercicio simultáneo de los diferentes roles. Lo fundamental será asumir la coexistencia de objetivos individuales y colectivos en casi todo lo que hacemos. Esta permanente dualidad entre lo individual y lo colectivo nos acompaña a lo largo de la vida.
En estos momentos, en los que la complejidad es creciente y la diversidad de roles en acción es cada vez mayor, se asiste a una creciente dificultad para armonizar los roles personales y los representados. Vemos situaciones en las que el ejercicio de los diferentes roles pone de manifiesto conflictos de interés evidentes. Los casos que se están dando en el plano institucional nos presentan comportamientos en los que se confunden los diferentes roles, en una mezcla que da lugar a situaciones conflictivas, especialmente delicadas y de difícil comprensión. Así, por ejemplo, todo representante político debería ser escrupuloso para no imponer su posición personal en el ejercicio de su rol representado, le guste o no le guste... También en el mundo académico se produce una especial tensión entre el rol personal –apoyado en una mala interpretación de la libertad de cátedra– con el rol representado –cuando se forma parte de un instituto, un equipo de investigación...–. Pero en la empresa no es muy diferente, pues una cosa es lo que yo pueda creer a título personal y otra la posición de la organización a la que represento.
De todo lo anterior se deduce la necesidad de una toma clara de conciencia de la múltiple dimensión de los roles que representamos –rol personal y rol representado– para ser conscientes en cada momento de sus exigencias, identificar los posibles conflictos, garantizar su armonía y, en su caso, dimitir del rol representado que no estemos en condiciones de desempeñar con respeto, dignidad y coherencia. Algo que cada vez parece más necesario.
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