Desde 2009, el estímulo fiscal y monetario a gran escala ha sido evidente en todo el mundo. Esto ha hecho que los precios de muchos activos suban y su sincronización, ha contribuido a moderar las fluctuaciones cambiarias. Sin embargo, el margen para continuar aplicando este ... tipo de políticas se está agotando. Esto es más evidente en algunos países que en otros. Este simple cambio está creando mercados mucho más volátiles, algo que, además, se intensificará con las políticas de la nueva administración norteamericana.

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Como resultado de esos estímulos, la economía estadounidense está creciendo muy cerca del límite de su capacidad productiva. Mayores estímulos derivarán en desequilibrios, que generalmente se manifiestan en la inflación, así como en las balanzas fiscales y por cuenta corriente. Esto podría ralentizar el crecimiento, incrementando la probabilidad de una recesión futura. En las condiciones actuales de elevado nivel de deuda, lidiar con una recesión sería muy difícil sin recurrir a nuevos estímulos para los que apenas existe disponibilidad. Así pues, las políticas de estímulo tendrán que basarse, más que en ningún otro momento, en mejorar la productividad, porque el otro motor para el crecimiento, el demográfico, no solo está en declive, sino que se verá afectado por las políticas contrarias a la inmigración.

De ahí que, en los primeros pasos de la nueva administración, las medidas más concretas hayan estado enfocadas a la energía y la desregulación, dejando en un según plano las referidas a las políticas arancelaria y fiscal, que apenas empiezan a dibujarse tras las medidas anunciadas, e inmediatamente aplazadas, con México y Canadá. Esto ha alimentado la esperanza de la comunidad inversora y empresarial de una política pragmática, y prefieren centrarse en las posibilidades de crecimiento económico, dejando en un segundo plano su indudable inquietud por las consecuencias de una incierta guerra comercial.

Hay, sin embargo, mucha prevención. Se evidencia en la intensa tormenta que se desató tras los anuncios arancelarios, pero viene de más atrás y su manifestación más palmaria está en la evolución de los tipos de interés de largo plazo que han subido significativamente a pesar de que, las expectativas sobre los tipos oficiales siguen siendo, aun en distintos grados, de nuevos recortes. Esto último puede ser muy evidente en Europa, pero lo es menos en Estados Unidos, donde un crecimiento económico cercano al 3% y un déficit fiscal que supera el 7% del PIB, limitan el margen para nuevos recortes.

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Podrían salir bien las cosas, pero exigen de un delicado equilibrio. El crecimiento se ha de basar fundamentalmente en mejoras de productividad, –cualquier referencia a esto pasa por la Inteligencia Artificial–, y en el adecuado ajuste entre el impacto negativo de los aranceles en la renta disponible de la masa de votantes descontentos con la inflación y la rebaja fiscal con la que se pretende compensarlos. En esto consiste básicamente el plan.

Si estamos en lo correcto, la política arancelaria y el recorte de impuestos, más allá de amenazas, tardará en concretarse y no tendremos un dibujo claro hasta más avanzado el año. En este entorno, todavía es probable que Estados Unidos realice un nuevo recorte de tipos antes del verano y a partir de entonces, los mercados ajustarán sus expectativas atendiendo a como se esté desarrollado la guerra comercial con China.

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Esto afectará a Europa. El BCE recortará los tipos más aun de lo previsto si las negociaciones entre las dos grandes potencias se tensan. Salvo Alemania, Europa no dispone de margen fiscal individual y ha de desarrollar un marco fiscal común. De modo que dependerá de la política monetaria, lo que no es un buen augurio para el euro. Con suerte, el siguiente episodio de debilidad del euro puede no arrastrarle durante mucho tiempo por debajo de la paridad frente al dólar.

Pero no estamos en tiempos para adivinos. Si siempre hay que prestar atención a los riesgos de mercado, abandone definitivamente su versión de creyente y conviértase en hacedor.

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