Ya ha pasado un lustro desde el inicio del confinamiento por el Covid-19. Ha pasado el tiempo y tengo vivo el recuerdo de lo ... acontecido por esas fechas: momentos de incertidumbre e inseguridad, con muchas preguntas y pocas respuestas. Triajes crueles que dejaron abandonadas a muchas personas mayores e hijos angustiados por no poderles despedir. También aprecié en los medios de comunicación la insistencia para que la gente se recluyera en sus casas, fueran estas casoplones con terraza o incluso piscina o fueran cuartuchos sin ventana. También vi la labor incansable de los sanitarios y otras muchas personas que fueron los goznes engrasados para que muchas puertas no se cerraran. Pienso también en mi viejo perro y en los breves y felices paseos que daba con él, sintiendo la naturaleza y respirando aire puro. Prefiero despreciar y olvidar a las personas ruines que aparecieron en nuestras vidas y, sin embargo, recordar a las generosas, honradas y dignas que tuve la suerte de encontrar. El viejo perro murió. Hoy tengo uno joven que es todo alegría y lo único que deseo es que en un futuro no me tenga que amparar en él para poder salir de casa.
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