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Les voy a preguntar algo muy íntimo y, si responden afirmativamente, advierto que les crearé una gran inquietud y zozobra. La cuestión es si tienen en su casa una cajita plana con arena blanca y rastrillo que, supuestamente, es un elemento antiestrés muy de moda ... en cierto triste momento decorativo. Igual se lo regaló una sobrina muy original y muy maja. No importa. Con ella al contenedor. Sin piedad.
Me lo he encontrado, el citado adorno relajante, en una casa alquilada temporalmente este verano y me ha revuelto mucho por dentro. Tanto que he decidido que, como norma, cada día tiraré una cosa de mi casa. Ya saben qué es un personal shopper, pues propongo el 'personal destroyer'. Todos lo necesitamos y, a la vez, podemos ejercer de tal en casas ajenas. Como paso previo adelantaré un listado de cacharros: almohada antiarrugas, jarrón tipo lladró, guerrero feo de bronce, pecera, gotelé, enciclopedia del vino, collar de conchas de La Toja, libro 'Toledo desde el aire' de la caja de ahorros, gafa roja de plastiquillo, frasco de tomillo caducado que no tiró en el confinamiento porque le tiene cariño, botas de monte que no han pisado barro...
A su vez busco destroyer de confianza para mí pero que no toque el cuadro 'gallina hecha con alubias blancas' datado en 1997 y que me tire del brazo cuando, en la feria de brocante que frecuento, me acerco a unos brazaletes africanos («de esclavos», dice la vendedora) a 1 euro. Era un chollo.
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