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A veces te sientes escritora bohemia y te vas a inspirar a un bar. Vaya, pues aquí no; hay demasiado olor a rabas o, peor, a aceite de rabas. La cafetería clásica con ruido de tazas y soplidos de calientaleches tampoco.
Por fin me siento ... lánguidamente en un bucólico establecimiento frente al mar; cómo no voy a sensibilizarme viendo pasar un velero. El caso es que el salitre me abre el apetito. Ahora echo de menos las rabas pero medito sobre una discusión reciente. ¿Cómo que en tu casa cenáis dos platos, primero y segundo, y acaso postre? La mayoría apostamos por un plato y vas que chutas, mientras que la cena de otros consiste en la apertura del frigorífico y el montaje de un bocata. Posturas, diversidad.
En la soledad del escritor bohemio surgen a veces ideas, sobre todo cuando en este sitio fino marinero huele a queso gratinado. He llegado a la conclusión propia, o sea, que no lo he leído por ahí, que el calabacín es la nueva patata, la nueva pasta italiana, la madre de todas las gastronomías.
Sirve de base para un panini, para una lámina de lasagna, para una pizza y evita, también, la patatita que junto con los puerros constituyen la vichyssoise. Tener un amigo con barco está muy bien pero yo aspiro a un hortelano con un gran terreno porque el calabacín es muy acaparador de espacio. Poner en órbita un cohete vasco es la bomba pero hacer flores de calabacines rellenas de parmesano y anchoas fritas en tempura es una bomba cuántica.
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