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Va y me dicen, no sé si en plan bien o regular: pues menos mal que con todas las atrocidades que vivimos tú escribas sobre frivolidades como las bragas... En la misma línea emprendo este artículo que parte de una premisa: comer lentejas con tenedor.
Es que no hay como viajar. Me lo cuenta ella en Oviedo, que se quedó estupefacta cuando fue a comer a casa de sus suegros, sevillanos. Sí, la gente de alta alcurnia toma las lentejas con tenedor, costumbre que refrendo en un manual de protocolo en la mesa. Él nos escucha y sigue comiendo la fabada con ese instrumento, o sea pescando las fabes, no la morcilla o el chorizo. Y no da más explicación.
Andoni Luis Aduriz confiesa (leer entrevista publicada aquí) que, de acuerdo, que su restaurante es «caro y raro» pero tiene argumentos; explica que llegó a este estatus gracias a dos neurocientíficos. También consultó a neurolingüistas que analizaron los mails de clientes después de su visita a Mugaritz; miraron las palabras repetidas y constataron que lo que englobaba todo era «el momento vivido».
Ahora ¿qué tesis gastronómica lleva al bar de un hermoso pueblo costero guipuzcoano a confesar abiertamente que no, que ni los mejillones rellenos ni las croquetas son caseras? Y que lo más auténtico que tienen es paella, que lleva horas en la barra, a las 9 de la noche. Es lo que hay.
Más lógica tienen que el chupachups gigante que chupan unos criajos se llame 'cojón de mamut'. Así me dijeron.
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