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Pertenezco a pocos clubes pero estoy muy orgullosa de formar parte de la Liga Guipuzcoana de la Croqueta. Nos puso en marcha Ainhoa: chicas y chicos, somos la última generación que hace croquetas, que prepara caldos y sopas, por cierto bastante mejores que el ramen ... japonés; que se toma una mañana tonta para acometer una menestra fresca y natural, o sea, de temporada; que perpetra albóndigas en salsa española.
No es por redundar, pero no tiene ningún mérito cocinar rabo de ternera en salsa y, de verdad es mucho más sabroso y gelatinoso que el kebab. La ensaladilla rusa es un puzzle gastronómico para principiantes, incluida mayonesa de la de verdad.
Pues en total papel de abuela cebolleta, tengo que explicar que todo esto me nace de mi propio ser, atónito, porque, sin querer, he estado a punto de meter en la bolsa de la compra media docena de huevos ya cocidos. ¿Los venden ya cocidos? ¿de verdad? No puedo sino escandalizarme al ver a tanta gente que sobrevive gracias a los repartidores en bici y a la dichosa freidora de aire.
Y todo esto acontece mientras en otros universos juegan a superar lo que ya estaba bien, por ejemplo el chef que está investigando para tratar de «reinterpretar» la palmera de chocolate «de barrio».
Una se siente muy mayor, qué quieren, con esta soflama lanzada aquí pero me veo en la obligación. Y rejuvenezco cuando voy al dentista y me dice: «Abre grande» y «echa el culete para atrás».
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