Hay que definirse: o se es pro-perro o se es anti-perro. Sé que he planteado un dilema crucial en términos excesivamente duros pero es el momento de hablar y, en algún caso, de matizar.

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No creo que sea necesario tanto como un referéndum ... pero las cosas han llegado a un límite en el que la ciudad debe posicionarse sobre si los canes pueden o no entrar en la playa fuera de la temporada de verano. Todos los días tenemos una carta en el periódico sobre el tema con argumentos en pro y en contra y yo, que soy muy de empatizar, con cada razonamiento cambio de opinión; lo mismo me pasa con las podas de los tamarices o con los patinetes.

Para poner las cartas sobre la mesa tengo que decir que ahora mismo no tengo un perro en la familia pero hubo uno, en su momento, que nos hizo felices. En principio se llamó Pachu, que era el nombre asturiano de Francisco, pero le cambiamos a Patxu, aunque él nunca lo supo. Odiaba oír el ruido del molinillo de café y ver sacudir alfombras por las ventanas; por lo demás no tuvo más rarezas y nunca fue a la playa.

Leo estos días en una carta de Sirimiri que, tras el encontronazo en la playa de una persona que hacía footing con un perro, el dueño del animal dijo que «a ver si el perro no tenía también derecho a correr». No sé... Nuestro collie arrebató un día el bocadillo a un niño despistado y estuvo una hora castigado. ¿Es que no tenía nuestro Patxu derecho a un bocadillo también? A lo que iba, es urgente un referéndum.

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