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Hace unos años, la pequeña localidad de Granátula de Calatrava, provincia de Ciudad Real, decidió inmortalizar a su hijo más ilustre Baldomero Espartero, héroe de la primera carlistada, con una estatua ecuestre. Una vez que la obra estuvo modelada en arcilla, el artista llamó al ... alcalde a su taller para que la examinara. Fue un entrar, clavar la mirada en los bajos del equino y ordenar: «Más huevos, más, hazle los huevos más grandes». Es que el señor alcalde no quería que su monumento quedara rezagado, testicularmente hablando, respecto al de Madrid que está en el origen de la conocida expresión «más cojones que el caballo de Espartero».
Es este otro ejemplo de la obsesión nacional por 'tenerlos bien puestos' registrada desde los tiempos del Cantar de Mío Cid («Nos huebos avemos en todo de ganar algo») hasta el toro de Osborne como símbolo de una patria cuajada de nobleza y gallardía. En la contemporaneidad, la fijación por los perendengues hizo furor en el fútbol en forma de expresiones como 'echarle cojones' u 'olé tus huevos', y de empaquetamientos manuales que solo ahora empiezan a parecer groseros y ofensivos.
El primatólogo y etólogo neerlandés Frans de Waal en su fascinante 'El mono que llevamos dentro' describe el papel que juega el tamaño de los genitales machos en las distintas especies de homínidos. Comparativamente, los chimpancés poseen los mayores testículos entre los primates en relación a su tamaño corporal: cuatro veces mayores que los del hombre, entre seis y siete veces mayores que los del orangután, y entre quince y treinta veces mayores que los del gorila. De tal manera que los compañones del chimpancé suponen en torno a un 0,27% de su cuerpo, cuando en el humano no pasan del 0,067%. Pero en un gran gorila de 170 kg sus atributos representan apenas el 0,009% de su masa física. Es decir, que si bonobos y chimpancés llevan entre las piernas auténticas pelotas, a los poderosos gorilas les bastan con unas simples canicas.
Ello conduce a De Waal a la irónica conclusión de que cuanto más absoluto es el dominio de un macho, más pequeños son sus testículos. Traído el tema a nuestro bípedo contexto deducimos que los tan aclamados cojones sirven mejor como metáfora de la arrogancia o la debilidad que del valor. En una palabra, quien hace ostentación de cataplines presume de unas cualidades que no está seguro de poseer. Una especie de orquitis mental propia de una masculinidad adolescentizada que, afortunadamente, parece de camino a su curación.
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