Hay razones para considerar que la Edad Contemporánea comienza no con la declaración de independencia de los Estados Unidos (1776) ni con la Revolución francesa (1789) sino antes, a partir de un acontecimiento en principio no político sino natural: el pavoroso terremoto que devastó Lisboa ... en 1755. La fecha marca un punto de no retorno en la búsqueda de explicaciones inmanentes a las tragedias humanas. Autonomía y responsabilidad, progreso y libertad, claves ideológicas de la contemporaneidad, ocuparán el espacio que dejó Dios por incomparecencia aquel 1 de noviembre en Lisboa, donde perecieron decenas de miles de feligreses en plena celebración de Todos los Santos.

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Se suscitará un debate sobre los desastres y sus consecuencias, sobre la diferencia entre males naturales y males morales. Por un lado, Voltaire defendió la inevitabilidad de tales azotes, que no tienen justificación ni caución. Hoy, todos nos manifestamos como volterianos al admitir la fatalidad, la inutilidad y el sinsentido del dolor, sin que ello implique indiferencia al sufrimiento. Sin embargo, ¿no hay un aroma de mortificación expiatoria en los discursos que señalan a las víctimas de los desastres ambientales como «condenados de la Tierra» que purgan por los pecados de la civilización y sufren la venganza de un planeta sobreexplotado?

Por su parte, Rousseau hizo una lectura opuesta a lo acontecido en Lisboa. Coincidía con su colega en que no es la Providencia ni el destino los que obran nuestras desgracias, pero sí nuestras propias elecciones. Se ve claramente en las grandes hambrunas de la historia moderna que son provocadas no tanto por la climatología o la aleatoriedad de las cosechas cuanto por decisiones políticas, económicas o estratégicas.

Tras los últimos terremotos vuelve a hablarse de responsabilidad. Visto el alcance de la catástrofe cuesta achacarla solo al capricho de la naturaleza e ignorar la influencia humana. Son muchos los que culpan a veinte años de negligencia, corrupción y clientelismo del gobierno de Erdogan en materias urbanística y de protección pública. Y en cuanto a las víctimas sirias, a nadie se les escapa que la interminable guerra ha dejado al país en la más completa vulnerabilidad.

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El mal no reside enteramente en la irracional fuerza de los elementos, nos dice Rousseau, también es de naturaleza social y se vincula a nuestro proceder: somos pacientes, pero a menudo también agentes de nuestras calamidades. Los desastres naturales exacerban las injusticias humanas.

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