Secciones
Servicios
Destacamos
Desde el amanecer de las civilizaciones, los seres humanos hemos buscado encontrar una explicación trascendente a nuestros padecimientos individuales y colectivos a través de divinidades sufrientes. Los ejemplos son innumerables. Así, el dios pastor Tammuz, antiquísimo mito del área mediterráneo-mesopotámica con paralelos e imitaciones ... en todo el Próximo Oriente, padeció humillaciones y violencias antes de ser arrojado a un foso infernal del que finalmente resucitó. Pasión, muerte y resurrección del inocente Tammuz daban motivo a ritos elegíacos y a regocijos populares, de los que también eran objeto otras divinidades cósmico-agrarias del Creciente Fértil víctimas de terribles tormentos al término de los cuales renacían.
El profundo arraigo de este mitema en la conciencia de los pueblos hasta nuestro mismo presente tiene su razón de ser en que cada mujer y hombre, en primera persona, puede hallar sentido y consuelo a su dolor en la rememoración de las aflicciones de Dios. Más importante todavía: el mito viene a ilustrar sobre la transitoriedad del sufrimiento, al tiempo que alienta la esperanza en que todo final es puerta a un nuevo comienzo, que la derrota de la vida es solo espejismo.
A juicio de los historiadores de las religiones, la genealogía de esta lectura optimista del destino humano se encuentra en primitivos cultos lunares que relacionaban el ritmo cíclico del satélite con el devenir de los vivos. Las fases de la luna ordenan el tiempo y la naturaleza (semanas, meses, estaciones, cosechas, mareas), y así como su desaparición del cielo nunca es definitiva porque al cabo de tres noches vuelve a brillar, la extinción humana tampoco ha de considerarse concluyente. Un optimismo basado, por lo tanto, en la conciencia de la normalidad de la 'catástrofe', en la certeza de que incluso aquello que más tememos posee un 'sentido'; en definitiva, que la última palabra no la tiene la muerte y sí la vida.
El relato evangélico reproduce este mismo arquetipo. La celebración del sacrificio y la resurrección del Hijo de Dios, que rasga la oscuridad de la muerte, coincide con el momento en que la naturaleza se renueva con tapices de colores, el sol empieza a calentar, los días se alargan... No es casual que en muchas culturas el Año Nuevo se inicia tras la primera luna llena de la primavera, igual que la Pascua cristiana. Hemos atravesado el largo invierno con su oscuridad y sus amenazas, renace la esperanza. Estamos preparados para abrirnos a un nuevo ciclo de vida.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.