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Desde el edicto de expulsión dictado por los Reyes Católicos en 1492, estuvo prohibida la residencia, tránsito y albergue de judíos no convertidos. Hubo que esperar al R.D. de 20 de diciembre de 1924, durante la dictadura de Primo de Rivera, para que se ... abriera una primera oportunidad de regulación de los descendientes de la diáspora, aunque el decreto tuvo un alcance más simbólico que real. Solo a partir de 1931 la Constitución de la II República reconoció a los sefardíes su pleno derecho a la nacionalidad.
Pero con el franquismo los discursos oficiales recuperaron la arraigada retórica contra la «raza ajena y enemiga de España». Que también se consideró así para el pueblo vasco. Pese a que se trata de una página ominosa de nuestro pasado, o precisamente por serla, conviene recordar que generaciones de vascos fueron formados en un racismo normalizado. A través de los estatutos de limpieza de sangre, la discriminación llegó a convertirse en puntal sociológico del régimen foral.
La Hermandad de Guipúzcoa ordenaba en 1453 que todos los que transitaran por el territorio se identificasen con un trozo de paño colorado cosido en lugar visible: los llamados 'judíos de señal' preanuncian las estrellas y triángulos que luego impondrían los nazis. A lo largo del siglo XVI las juntas dictaron diversas medidas encaminadas a erradicar del territorio a las minorías que pudieran «oscurecer la limpieza y nobleza de esta Provincia», dando como resultado la expulsión de centenares de guipuzcoanos acusados de criptojudíos junto con sus hijos, sirvientes y en algún caso incluso con los vecinos más cercanos.
El antijudaísmo religioso, justificado en su condición de pueblo deicida que mató al mesías (pasando por alto que el propio Jesús de Nazaret era israelita), se hibridó con el antisemitismo, y en base a este prejuicio conversos y descendientes pudieron ser eliminados de la competencia social y despojados de sus bienes. Ya en el XVIII, el jesuita Manuel de Larramendi insistía en que los guipuzcoanos vienen «todos de un noble origen, y de sangre limpia de toda raza de judíos, de moros y moriscos, de negros y mulatos». Una idea que cobrará forma de supremacismo antimaketo a la vuelta del siglo.
Todo lo anterior explica que el antijudaísmo se halle inscrito en los estratos más profundos de nuestra memoria colectiva. Ello nos obliga a permanecer alerta ante los resabios que ahora se manifiestan socapa de la necesaria denuncia del genocidio palestino perpetrado por el Estado de Israel.
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