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Dando la espalda a un problema se puede lograr superarlo. Esto, que parece ir contra toda lógica y sentido práctico, lo demostró Dick Fosbury con un vuelo inverosímil de 2,24 m en los Juegos Olímpicos de 1968. Su camino hasta ese récord no fue ... fácil. Sufrió como hazmerreír del equipo del instituto, un extravagante que en vez de impulsarse de cara al listón como mandan los cánones se lanzaba sobre la colchoneta cual holgazán sobre la cama. Otros le compararon con un pez brincando fuera del agua. Pero a él apenas le afectaban las burlas porque llevaba asumido que no era un chico como los demás y que para conseguir sus metas debía buscar una manera propia de hacer las cosas. Coloquialmente dicho, tenía las espaldas bien anchas y eso le ayudó a revolucionar el salto.
Mirando hacia atrás sin ira, el exatleta ya convertido en ingeniero rebajaba sus méritos: ni fue el creador de la técnica ni había sabido elevarse a la excelencia deportiva tras aquella exhibición. Lo primero, porque antes otros saltadores anónimos ya la habían ensayado; lo segundo, porque su carrera se apagó pronto quedando eclipsado por toda una generación de grandes brincadores 'estilo Fosbury'. De modo que él se consideraba solo un eslabón circunstancial del que «dentro de unos años nadie se acordará». Se equivocaba: tras su fallecimiento esta semana ha entrado en la posteridad.
Los deportes practicados de espaldas tienen sus peculiaridades: el remo, la natación o el más innovador 'retro-running' que consiste en correr marcha atrás, de lo que resulta que en esas competiciones los últimos son siempre los primeros, como en la profecía evangélica. En una sociedad obsesionada con el progreso y el avance lineal, el simple hecho de disfrutar con un ejercicio a contrapelo provoca incredulidad, cuando no rechazo. Y eso que la carrera inversa al parecer ya se practicaba en China hace muchísimos años como medio de desarrollo personal, lo que no debe extrañarnos viniendo de una civilización que prospera pareciendo que retrocede… y viceversa.
El cuerpo humano tiene su cruz en esa 'cara B' donde a menudo se concentra todo nuestro malestar vital (los dichosos dolores de espalda): diana de puñaladas y traiciones (guarda tus espaldas), envés de la mala suerte (como en la expresión «tener el santo de espaldas»), soporte para azotes, fachada de la cobardía... Contra todo eso, el gran Fosbury enseñó, casi poéticamente, que sin los pies en el suelo y con la mirada en las nubes es posible llegar a lo más alto.
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