Pasa por auténtico escribir cartas a mano, admirar un maravilloso atardecer sin distraerse sacando fotos, no depilarse, la jardinería, la decoración minimalista y la huida de la ostentación. Es auténtica la sensibilidad espiritual e inauténtico el postureo. Se nos ofrecen viajes donde viviremos experiencias «únicas ... y verdaderas»; pujan al alza los alimentos llegados a nuestras mesas «directamente» desde la huerta o el mar, las artesanías y los productos de proximidad, los restaurantes exclusivos donde podemos comer en la cocina. Un espectáculo auténtico es el basado en hechos reales, y mejor aún si los intérpretes son vivenciales y no actores.

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Estos ejemplos encajan con la primera acepción de la palabra según la RAE: «Acreditado como cierto y verdadero por los caracteres o requisitos que en ello concurren». Vayamos ahora con la segunda: «Consecuente consigo mismo, que se muestra tal y como es».

En el ámbito de la política se tiene por tal al líder que no nos vende la moto. Entendámonos: lo que diferenciaría el discurso auténtico del espurio es que su emisor no se muerde la lengua y dice lo que piensa, aunque de vez en cuando meta algunas trolas (pero, bueno, todos los políticos mienten). Por tanto, se trata de una cuestión de confianza, de credibilidad más que de verdad. Pensemos en un polemista bregador que se enfrenta al consenso oficial al punto de resultar molesto: ahí tenemos un ejemplo. Paradigmático es Donald Trump, al que sus incondicionales tienen por un tipo sin trampa ni cartón porque planta cara al 'establishment' (pasando por alto que desde la cuna ha formado parte de la élite). ¿Estaría en lo cierto Paul Morand cuando barruntó que «la palabra 'auténtico' la inventaron los falsificadores»?

De un tiempo a esta parte, la exhortación a «ser uno mismo», a llevar una existencia acorde con nuestras convicciones, se ha convertido en mantra existencial y de autorrealización en el contexto de una tendencia social donde la 'autenticidad' puntúa muy alto. Se reacciona así ante un mundo que se supone artificial y falso, que inspira desconfianza y recelo, al que hay que resistir con lo genuino y lo directo, la mirada clara y el verbo franco.

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Pero, como asegura el gran forense de la hipermodernidad Gilles Lipovetsky en un ensayo dedicado a este tema, no todo lo auténtico es necesariamente bueno, ni todo lo inauténtico ha de ser descartado. Conviene, pues, relativizar y desmitificar el valor de la autenticidad, sin negar por ello la legitimidad de su aspiración.

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