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Tantas veces como se nos ha advertido «cuidado con los calladitos», hemos pensado que se trataba de un prejuicio sin fundamento. Aunque ahora vemos que en circunstancias extraordinarias podría tener su razón: por ejemplo, en la infausta eventualidad de vernos metidos en medio de un ... tiroteo. Entonces, más vale oír silbar los proyectiles que no oír nada en absoluto porque la bala 'calladita' es la bala que te derriba. Son las mudas las mortales.
Esto le sucedió a Trump hace una semana («Inmediatamente supe que algo iba mal porque oí un zumbido...»). El gran cazador blanco a poco termina cazado: fanático partidario del libre comercio de armas, alguna vez presumió de que a diario sale a la calle correctamente vestido, perfectamente peinado, bien perfumado... y provisto para matar.
El magnate ha tenido la fortuna de resultar ileso, con su candidatura propulsada y la oreja perforada. De paso, ha mandado al retiro a su contrincante Joe Biden, 'el abuelo de América'. Por contraste, otra abuela ha sido elevada a los altares patrióticos durante la convención del Partido Republicano. Una frágil anciana que, aun siendo incapaz de caminar sin apoyo, vivía pertrechada de pistolas: hasta 19 pipas cargadas que guardaba bajo su cama, en el armario, en el cajón de los cubiertos... con el gatillo caliente «para proteger a su familia». El aspirante a vicepresidente J.D. Vance definió a su abuelita como un ejemplo del 'espíritu americano'.
Los estadounidenses tienen alrededor de 265 millones de armas, más de una por cabeza. Cuanto mayor sea su polvorín personal, más seguros se sienten, con la paradójica consecuencia de que cuentan con más probabilidades de morir a tiros que los 'desprotegidos' ciudadanos de cualquier otro país: cada hora, diez norteamericanos caen heridos o abatidos por disparo.
Correlativamente, los EE UU poseen un arsenal capaz de arrasar varias veces con la vida sobre el planeta conectado a un maletín nuclear que podría caer en manos de esos dos lilas, Trump y Vance. Recordemos la escalofriante evidencia que en su día dejó caer el entonces vicepresidente Dick Cheney: «El presidente puede desencadenar un ataque devastador como nunca se ha visto. No tiene por qué consultarlo con nadie, ni convocar al Congreso, la Justicia tampoco tiene nada que decir. Él posee esta prerrogativa basada en la naturaleza del mundo en el que vivimos».
En medio de las tensiones globales, las armas nucleares son, hoy, las grandes 'calladitas' de la batalla geoestratégica. Conviene no olvidarlo.
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