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El cerebro es el órgano más sobrevalorado», decía un personaje de Woody Allen. La creencia de que cuanto somos reside en la cima de nuestra corporeidad, y que encontrar las claves de esa 'caja negra' nos abrirá al conocimiento completo del ser humano, ha obsesionado ... a la especie.
Comenzó con la frenología, extravagante disciplina admirada en el siglo XIX como el no va más de la vanguardia científica. Mediante la palpación de la cabeza los frenólogos detectaban bultos o sinuosidades que, a su decir, informaban de un mayor o menor desarrollo moral e intelectual. Podían conocerse así las aptitudes de un niño para determinados estudios, las inclinaciones criminales de un adulto o la afinidad de caracteres entre los novios antes de contraer matrimonio. Hasta la fe se explicaba por el tamaño del 'órgano de Dios' supuestamente ubicado en el lóbulo frontal izquierdo.
Cuando la frenología decayó, vino la ola de la craneometría. Se pusieron de moda las autopsias de genios buscando demostrar la relación entre las características físicas de sus cerebros y sus superdotadas cualidades. Hace un siglo, al fallecimiento de Anatole France, gloria de las letras galas, el forense definió su víscera encefálica como «el más hermoso cerebro que pueda soñarse» por la amplitud, el número y la profundidad de sus circunvoluciones. Sin embargo, decepcionó comprobar que la masa gris solo pesaba un kilo. Lo que contradecía la hasta entonces indiscutida proporcionalidad entre volumen e inteligencia, sobre la que se fundamentaba la superioridad del colonizador occidental respecto a los colonizados orientales y de los hombres sobre las mujeres.
En noviembre de 1975, mientras Franco agonizaba, un joven empresario gallego ofreció por carta «todo su ser orgánico» para que se le trasplantara el cerebro del dictador por considerarlo «una gracia con que Dios nos favorece a todos los españoles». La señora de Franco y demás familiares del caudillo respondieron «profundamente conmovidos por su abnegado y desinteresado ofrecimiento». Lo dicho: si el cerebro es, en general, el órgano más sobrevalorado, el de algunos personajes en particular llega a lo grotesco.
Contra la idea neurocentrista de que 'somos' nuestro cerebro se argumenta que este es una parte —esencial, pero parte— de lo que nos constituye. Que no vivimos dentro sino fuera de nuestra cabeza construyéndonos con todo nuestro entorno. Expresado con feliz metáfora: que la actividad de nuestra consciencia se parece más a un baile que a una digestión.
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