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En su 'Historia cultural del dolor' recoge Javier Moscoso un episodio pintoresco que retrata la mentalidad de una época, el optimista siglo XIX, cuando en plena euforia cientifista algunos investigadores imaginaron un instrumento capaz de medir las emociones. Tal cual. Se propusieron llegar a calibrar ... de una manera objetiva la intensidad del amor, el dolor, el miedo, el odio o la alegría igual que ordinariamente se hace con la temperatura, el peso o la talla, el pulso o la presión arterial.
Quien más lejos llegó en tan delirante ensoñación fue el físico alemán Gustav Theodor Fechner, positivista espiritual —que ya es paradoja— y padre de una teoría de la cuantificación de las percepciones denominada psicofísica. Fechner estableció una correlación directa entre el dolor y el estímulo que lo provoca que sería mesurable con la unidad métrica 'dap', acrónimo de Diferencia Apenas Perceptible. Siguiendo su doctrina, algunos discípulos completaron la escala en base al concepto de 'dol', equivalente a dos 'daps'. Con tales herramientas se ensayó la fabricación del 'dolorímetro', el cual, a semejanza del termómetro que informa de la temperatura del cuerpo mediante su columna de mercurio, tasaría el nivel de dolor humano en una escala de 10,5 'dols', es decir de 21 'daps' o unidades de intensidad.
Imaginemos ahora que el dolorímetro se hubiera hecho realidad. Cuando nos duele el pie por un trastazo, padecemos dolor menstrual o caemos en depresión a causa de una pérdida, nadie podría venirnos con aquello de «Bueno, anda, no será para tanto». Porque solo con enchufarnos mostraríamos que nuestro dolor es real y el lamento motivado. En cambio, ya no valdría echar ayes fingidos buscando una baja laboral pues el médico, dolorímetro en mano, nos pillaría. La amante diría a su amado ausente «Si supieras qué mal lo estoy pasando... ¡500,3 dols exactamente!», y hasta se podrían organizar campeonatos de resistencia con plusmarcas mundiales de masoquismo.
Más allá de lo anecdótico y de lo especulativamente extremo, este episodio nos habla del impulso humano por entender, acotar y dominar el dolor, y en particular por romper la costra subjetiva que aísla a la persona que sufre. La aspiración, en fin, por transformar una vivencia tan íntima y personal en un hecho objetivo.
Y ya puestos, ¿no sería igual de interesante un medidor de la empatía? El 'empatiámetro'. Claro que, vista nuestra respuesta ante lo que está sucediendo en el mundo, no sé yo cómo andaríamos hoy de 'empati-dols'...
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