A los 12 años, jugando con barras y círculos, desentrañó a Euclides; a la edad de 16 alumbró un teorema que dio origen a la geometría proyectiva; a los 19 concibió la primera máquina calculadora de la historia que puso en venta entre príncipes y ... reyes; a los 23 años probó la existencia de la presión atmosférica y del vacío, y adelantó ideas que desembocarían en el barómetro y la prensa hidráulica; poco después, el mismo hombre sentó las bases de la teoría del cálculo de probabilidades con decisiva influencia sobre las futuras disciplinas sociales. Y todo esto sin haber pisado jamás escuela ni universidad alguna.
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Insatisfecho con las ciencias, a los 30 se giró hacia el pensamiento puro y llevó su exploración hasta los límites de la cognición humana a través de reflexiones de gran belleza filosófica y literaria con que dio forma, lenguaje y estilo a la prosa francesa moderna. Falleció «de vejez» a los 39 años, tras más de veinte padeciendo dolores diarios.
Ese genio se llamaba Blaise Pascal. Una figura que no ha dejado de suscitar interés entre estudiosos de la ciencia, la literatura, la filosofía, la teología e incluso la mística. Con motivo del cuarto centenario de su nacimiento, el papa Francisco acaba de publicar una carta apostólica titulada 'Grandeza y miseria del hombre'.
Utilizando la geometría, que para Descartes y los intelectuales de su tiempo era herramienta de conocimiento perfecta y prueba de la eminencia de nuestra especie, Pascal vino a probar lo contrario: somos seres desubicados entre dos infinitos, entre lo cósmico y lo nano, ni ángeles ni bestias, tan obsesionados por el pasado y por el futuro que apenas somos capaces de gozar del presente, y dotados de una capacidad de raciocinio que si bien nos ayuda a desbrozar en las incertezas también nos extravía. Para el autor de 'Pensamientos' la tragedia del ser humano radica no tanto en que ignore de dónde viene ni a dónde va, sino en que huye de afrontar esas preguntas entregándose a entretenimientos («una pelota que se desplace basta para divertirlo»).
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Puede que la vida carezca de sentido, pero siempre lo tendrá buscárselo y vivirla hasta sus últimas consecuencias. Un pascaliano, Clément Rosset, lo resumirá con el epitafio de un teólogo alemán: «Vengo de no sé dónde. Soy no sé quién. Muero no sé cuándo. Voy a no sé dónde. Me asombro de estar tan alegre».
(Veo en mi biblioteca que el ejemplar más antiguo de 'Pensamientos' lo compré en Lagun hace 36 años. ¿Habrá quienes lean a Pascal mañana?)
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