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La democracia emerge de la tolerancia y esta de la resignación. Europa se cubrió de sangre derramada durante siglos en estériles luchas de religión y por el odio alentado por los intereses políticos de los Estados nacientes. Cuando tantacalamidad sin horizonte de esperanza les ... dejó exhaustos, se fue abriendo paso entre los europeos la idea de que la verdad no es patrimonio de nadie sino a lo sumo un bien relativo y repartido. Se llegó así a la comprensión de que las colectividades humanas se componen de individuos con origen, sensibilidad y aspiraciones diversos cuya coexistencia pacífica no es posible sin un mínimo reconocimiento mutuo. Otra cosa no es la tolerancia: virtud sin entusiasmo nacida de la derrota de los ideales absolutos.
Pero, yendo un paso más allá, si no se trataba solo de tolerar abnegadamente al prójimo sino de construir una sociedad cooperativa entre semejantes no había más camino que la organización racional de las diferencias. En esto consiste la democracia tal como hoy la practicamos. Espacio de opinión donde nadie posee toda la razón pero donde todos tenemos derecho a razonar en una sociedad abierta, la democracia es por definición promesa de conflicto, de tensión.
Este «ejercicio social de la modestia» como lo llamó Albert Camus solo pudo ser engendrado por una civilización desengañada ante la distancia infinita que nos separa de la luz divina, que sabe que los héroes no existen, que el estado natural de la humanidad es la guerra y que la supervivencia de la especie pasa por el agotador ejercicio del matiz que es lo opuesto al dogmatismo. «Un equilibrio armónico de frustraciones mutuas» según el historiador Richard Hofstadter. Por esto, los autócratas que se atribuyen un poder sin contestación y una verdad en régimen de monopolio, desprecian la democracia tachándola de invención de pesimistas decadentes. Tal vez; en todo caso, organización lúcida del pesimismo.
¿Significa esto que nuestro sistema ha de ser modelo y destino para toda la humanidad? No, y quien lo sostenga caerá en un prejuicio etnocentrista. Sin embargo, no deberíamos perder de vista que para nosotros la libertad es un valor absoluto y fundamento básico de nuestra dignidad. Y que en la democracia, herencia de siglos, tenemos la mejor construcción política de la que ha sido capaz el ser humano. «Una cosa tan bonita, tan paradójica, tan elegante, tan acrobática, tan antinatural», dirá Ortega, que no es imaginable que un día llegue a consolidarse sobre la Tierra.
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