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Frente a la indolencia y la cobardía occidentales, los ideólogos del Kremlin presumen de que la denominada 'alma rusa' se expresa con plenitud en los ... campos de batalla, donde la mística de la sangre derramada consagra su grandeza. Los niños son formados en el culto a los héroes de Poltava, Borodino, Stalingrado, Berlín, etc, cuyas gestas deberán emular hasta el sacrificio final si la patria un día así se lo reclama.
El orgullo de la Rusia eterna que derrotó al nazismo y que hoy vuelve a hacerse respetar como potencia mundial se escenifica cada 9 de mayo, Día de la Victoria, en la plaza Roja de Moscú. No sin cierta sorna algunos lo llaman 'el Día de Putin': desde hace un cuarto de siglo la propaganda oficial funde su figura con las glorias bélicas del pasado, reverdecidas por las guerras de Chechenia o Siria y las 'operaciones especiales' de Crimea y Ucrania. Ello entreverado con la liquidación de sus oponentes políticos, a imitación de su admirado Stalin. El autor de 'Las guerras de Putin', Mark Galeotti, cree poco probable que en lo que pueda quedarle de mandato entre en razón pacifista.
A este lado del continente el ardor guerrero está, por el contrario, bajo mínimos incluso entre los más inflamados patriotas. Pesa la memoria del terrible siglo XX pero, sobre todo, vivimos lo bastante bien para no dejarnos tentar por delirios epopéyicos. Tanto que quizá hayamos olvidado que la historia lleva ínsita una vena trágica. Hasta hace poco creíamos que las guerras eran cosa del pasado, y hoy despertamos ante una realidad regida por la ley del más fuerte. Un retorno a 'la normalidad', al decir del historiador y experto en intervención humanitaria David Rieff: «Las élites europeas estaban convencidas de que el mundo era un lugar racional, sin darse cuenta de que es irracional y cruel. Creo sinceramente que el periodo que hemos vivido entre 1945 y los noventa fue una excepción de prosperidad y disminución de la barbarie. Que la vuelta a la barbarie es solo una vuelta a la normalidad».
En tales condiciones, el 'espíritu muniquista' reaparece: como no queremos conflictos que puedan poner en peligro nuestra vida y bienestar, apostamos por la conciliación y por la no-guerra aun al precio de sacrificar a Ucrania, como hicieron Gran Bretaña y Francia con Checoslovaquia en 1938.
Contemporizar con quien desea destruirnos entraña un grave riesgo. Dos no riñen si uno no quiere, dicen, pero esto no siempre funciona. Más nos vale prepararnos para enseñar el colmillo y resistir.
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