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Al paso por la ciudad de Acre, en Tierra Santa, los cruzados acaudillados por San Luis, rey de Francia, hallaron en el camino a una peregrina que, grave y airosa, avanzaba portando una antorcha en una mano y un cántaro en la otra. Atraídos por ... su aspecto melancólico, religioso y fanático, le preguntaron qué pretendía hacer con ese fuego y con esa agua. Ella contestó: «El agua es para apagar el infierno; el fuego, para incendiar el paraíso. Quiero que los hombres amen a Dios por el amor de Dios».
Esta anécdota, que con seguridad tiene más de apologética que de histórica, nos pone ante la tesitura de una fe desprendida de deseos y de amenazas, con una elevación tan puramente espiritual que frisa lo sobrehumano. Pues ¿quién adoraría a un dios por el simple amor a su infinita bondad, ante el que ninguna cuenta habríamos de rendir, aceptando con ello que nuestro destino final pudiera ser disolvernos en su Seno Eterno?
Teologismos al margen, se da la circunstancia de que el solsticio de verano llega también aviado de los dos atributos portados por la misticona de Acre; así lo indica el dicho popular: «San Juanek esku baten sua eta besten ura»; San Juan, fuego en una mano y agua en la otra. Por inmemorial tradición, en las hogueras de hoy se consumen nuestros pequeños infiernos cotidianos y, ya en la amanecida, conforme a la suposición naturista de que en la mañana de mañana todas las aguas fluyen renovadas y son benéficas, el empapado de rocío y el trago de los primeros brotes ayudan a entrar vigorosamente en el ciclo estival.
En una de sus numerosas investigaciones sobre el calendario festivo, el antropólogo tolosarra Juan Garmendia Larrañaga lo resumía de este modo: «El solsticio de verano da pábulo a la superstición, a la magia blanca y al mito, que llevan implícito el reconocimiento de un algo que escapa al hombre, de un algo que es superior a él».
'Algo' da raíz al 'algoísmo', 'ietsismo' en neerlandés porque fue en el país de los tulipanes donde tuvo origen ese movimiento que reúne a quienes no creen en un dios individual ni en los dogmas de las religiones monoteístas, pero piensan que debe haber 'algo' más allá de lo que ven nuestros ojos. A la manera de Hamlet, barruntan que «hay más cosas en el cielo y en la tierra» de las que imaginan ciencias y filosofías.
Uno se adscribiría al 'ietsismo' previa admisión de que, extinguida la amenaza del fuego eterno y anegada la promesa del paraíso, ambos siguen existiendo: cielo e infierno habitan en cada uno de nosotros.
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