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Del actor Enrique Rambal se decía que era capaz de llevar al teatro incluso el listín telefónico y hacer que la gente llorase. Una de sus creaciones más exitosas fue la de un tipo calavera y sin escrúpulos que prostituye a su esposa y a ... su hija, manda a galeras a su hijo, hipoteca a todos los ancianos arruinados que puede, mete en el orfanato a sus hijos ilegítimos... Según el anecdotario teatral, durante una función, en el clímax de maldades, un espectador se levantó y exclamó: «¡Y fíjate a mí que me cae bien este tío!».
Algo parecido ha pasado con Berlusconi a tenor de la solemne y emocionada despedida que se le ha tributado, retransmitida esta vez sin pausas publicitarias ni patrocinadores. Se ve que a millones de italianos 'les caía bien ese tío', pese a que lo tenía todo para abominarlo. Se hizo rico en los sesenta a la sombra de inconfesables padrinazgos; en los ochenta inventó la telebasura para atraer a una masa ávida de consumo y de entretenimiento; desde el trampolín del fútbol dio el salto a la política con un partido, Forza Italia, creado como división gubernamental de su holding Fininvest (cuya sede fiscal, por supuesto, se halla muy lejos de «la Italia que tanto amo»). Esa futbolización de la vida política iría empapando por Europa.
El balance de su gestión no da margen al aplauso: socavó el consenso republicano en torno a la victoria sobre el fascismo, el respeto por la democracia y las instituciones alcanzó niveles ínfimos, las aspiraciones sociales se empequeñecieron, el país estuvo a punto de ser intervenido por el FMI... Pero sus empresas vieron dispararse los beneficios y leyes dictadas a su medida le libraron de los tribunales (solo recibió una condena tardía).
El berlusconismo como sistema mediático, cultural y cognitivo arrinconó por 'pasadas de moda' las ideas de justicia, solidaridad, preocupación por el largo plazo, pisoteó la dignidad femenina y ridiculizó el pensamiento crítico, la inquietud investigadora y la creatividad. Supuesta ideología del éxito, no consiguió hacer ni más ricos ni más felices a los italianos. Y sin embargo...
Decían los estructuralistas que un amor vulgar es más rico en signos que una relación intelectual; véase la prueba. Jamás se dio una caricatura tan perfecta del despotismo ilustrado: «Nada para el pueblo, pero sin el pueblo». Arquetipo de cínico posmoderno, quien inauguró la era de la antipolítica ha sido enterrado con honores de servidor del Estado y de la democracia: los hechos hablan por sí solos.
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