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Hojeando periódicos de hace un siglo descubriremos, por un lado, la enorme diversidad de disciplinas deportivas que atraían la atención de la opinión pública, y, por otro, una importante presencia de mujeres que practicaban atletismo, esquí, carreras, tenis, baloncesto o el denominado entonces 'sport vasco', ... la pelota con raqueta.
Ya en la posguerra, el fútbol impuso su hegemonía en perjuicio de la pluralidad deportiva en general y del deporte femenino en particular. Época de exaltado patriotismo, el balompié triunfó por su capacidad para teatralizar los conflictos entre los Estados y para evacuar odios de campanario en el seno de las naciones. El tiempo confirmaría esa virtud: los europeos ya no nos matamos en los campos de batalla como lo hicimos durante siglos, sino que nos batimos y eliminamos simbólicamente sobre el rectángulo verde, entre banderas, himnos, masas inflamadas, llamamientos a 'hacer historia' y a conquistar la gloria (con barra libre para tópicos como los ventilados ante el partido de esta noche: la Armada Invencible, la pérfida Albión, la meada de Blas de Lezo...).
A comienzos de los 40, no llegaba a medio millar el número de futbolistas profesionales pero había más de 700 mujeres que tenían la raqueta como herramienta de trabajo y que eran además los deportistas mejor pagados, por encima de sus homólogos cestapuntistas. Todo comenzó en 1917 en San Sebastián, donde un avispado empresario fichó a las primeras jugadoras aficionadas y las llevó a Madrid. Las raquetistas triunfaron rápidamente en los frontones de la península y América con la destreza, velocidad y técnica de sus vertiginosos lances.
Sin embargo, el nacionalcatolicismo y el nacionalismo vasco coincidieron en su inquina hacia el frontenis femenino al que consideraban hijo espurio del 'noble y viril' juego de la pelota. Las raquetistas no encajaban en el orden sexual franquista, ni con un nacionalismo etnicista que elevó al pelotari a la categoría de quintaesencia e icono de la comunidad imaginada. Se las denigró como híbridos entre amazonas y cabareteras (por su ropa y por jugar de noche), que ofrecían a los hombres picante erótico como señuelo para que apostasen.
La profesión se extinguió en 1980, pero su historia trasciende a lo anecdótico y ayuda a una mejor comprensión del siglo XX desde la perspectiva de la mujer, tal como hace la antropóloga Olatz González Abrisketa en su excelente 'Raquetistas. Gloria, represión y olvido de las pelotaris profesionales' (Sans Soleil Ediciones).
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