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El ministro de Asuntos Exteriores de Israel es un señor que, a falta de mejores ocupaciones, se entretiene rompiendo virtualmente huevos sobre las cabezas de gobernantes extranjeros que intentan poner freno al exterminio palestino. Todo menos diplomático, es el mismo señor que días atrás llamó « ... ignorante y llena de odio» a la vicepresidenta Díaz, a la que recomendó repasar lo sucedido durante «los 700 años de dominio islámico en al-Ándalus» a ver si así comprende «lo que realmente busca el islam radical».
Sobre el odio y sus técnicas de difusión el canciller tiene mucho que enseñar, como buena parte de sus colegas de gabinete, pero tocante a la historia su visión parece un tanto sesgada. No sobraría recordarle que durante siglos judíos y musulmanes convivieron con razonable armonía en la España medieval. De entrada, tras la conquista musulmana de la península los mosaicos se arabizaron, y buscando emular la refinada cultura del invasor desarrollaron una propia y original, la hebrea andalusí. Ese mestizaje estuvo en el origen de la Edad de Oro de la cultura judía en los siglos X y XI.
Cierto es que la situación degeneró bajo la tiranía de los almorávides (1086-1150) y sobre todo de los almohades (1145-1212), religiosos militares que emprendieron la represión sistemática de las 'gentes del Libro'. Esto mismo harían los cristianos de los reinos peninsulares a lo largo del Trescientos en que vidas y haciendas de cuantos se resistían a la conversión forzosa fueron arrasadas en una oleada de masacres antisemitas. Es decir, que muchos cristianos no mostraron mayor piedad hacia el 'pueblo deicida' que crucificó al Salvador de la que tuvieron los bereberes almohades.
Durante el último periodo, el del reino nazarí de Granada (1238-1492), los hebreos huidos pudieron regresar y vivir en paz practicando libremente su religión y ejerciendo sus oficios, aun cuando ya no volverían a disfrutar de la influencia social ni del esplendor cultural de antaño. En 1492, a la caída del último bastión musulmán, los Reyes Católicos decretaban la expulsión de quienes no se bautizasen en el plazo de cuatro meses.
Teniendo en cuenta que la historia posee natural complejidad, es conveniente evitar maniqueísmos. De modo que el exaltado señor ministro del 'pueblo elegido' podría guardarse sus lecciones sobre las relaciones entre árabes, judíos y cristianos que solo buscan azuzar atávicos rencores y sucias venganzas. Claro que reclamar sutilidades a un hooligan lanzahuevos acaso sea pedir demasiado.
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