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Confesaba Marx que los primeros textos que escribió tuvieron tan poca fortuna editorial que acabaron abandonados «a la crítica roedora de los ratones». Casi dos siglos después, uno juraría que muchas de las ideas del marxismo han corrido la misma suerte ratonil, pero hete aquí ... que en una peculiar operación de 'vintage' ideológico el nuevo partido de la izquierda abertzale EHKS se ha propuesto 'desratizar' el desván de las viejas doctrinas y dar lustre a conceptos políticos antañones. Por ejemplo, que la revolución triunfa con el desarrollo objetivo de las leyes de la Historia o que el marxismo es la verdadera ciencia social, en contraposición con la 'ciencia burguesa'. Teorías que se encarnaron en la figura de Lenin, fallecido hoy hace cien años.
Sin embargo, si hay una prueba contra la cientificidad marxista es la revolución de aquel «hombrecillo obstinado», como lo definió Zweig, visionario y fanático. Lo reconocería su mano derecha, Trotsky, y hoy nadie lo discute: de no haber sido por Lenin, jamás habría triunfado el golpe bolchevique de 1917. Por tanto, son los individuos y no solo las grandes fuerzas sociales y económicas los que forjan la Historia.
«Primero debemos hacernos con el poder, luego decidiremos qué hacer con él», escribió en vísperas de la toma del Palacio de Invierno. Y lo que hizo una vez alcanzado fue transformar un conjunto de ideas europeas en palanca para un poder asiático intolerante y cruel. Contra los camaradas escrupulosos con la represión argumentaba: «No se hace la revolución con guantes de seda».
La cultura de la cancelación tuvo en Lenin a un pionero. Junto a su esposa dirigió el expurgo de las bibliotecas rusas eliminando todas las obras de 94 autores. «Un acto de vampirismo social», en palabras de Gorki, que nada tuvo de científico ni de marxista. En punto a las demandas de libertad, su opinión estremecía: «El pueblo no tiene necesidad de libertad porque la libertad es una de las formas de la dictadura burguesa. El pueblo quiere ejercer el poder». Se refería, por supuesto, al poder omnímodo del Partido Comunista que derivaría en una dictadura personal leninista y después en el totalitarismo del sanguinario Stalin. Su mayor crimen fue crear ese monstruo y dejarlo colocado para sucederle.
Desde hace un siglo, el cadáver de Lenin luce como atracción turística moscovita. La fórmula química para su conservación sigue siendo un secreto de Estado, como la de la Coca-Cola. Este sí es un triunfo de la ciencia. Triunfo escatológico.
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