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Amuchos hogares europeos de las décadas de los cuarenta y cincuenta no llegaban los mágicos de la Navidad. Había regalos, sí, pero entregados por los padres, sin la liturgia fantástica de los míticos Santa Claus, Papá Noel, el Niño Jesús, el Abuelo de las Nieves ... o los Reyes Magos, que durante años se ausentaron. Y esto porque los supervivientes de la Guerra Mundial con su destrozo emocional puede que no tuvieran humor para pantomimas o puede que no las considerasen adecuadas una vez que la 'civilización' había revelado su faz más terrible. Se acusaba de 'alienación' y de 'desviación' moral a unas fabulaciones que apartaban a los niños de la realidad. Después de Auschwitz era imposible escribir poesía ni alimentar ensoñaciones, aseguró Adorno: «Hombre con los pies en el suelo u hombre con la cabeza en las nubes, esa es la alternativa».
Esto empezaría a cambiar en los sesenta. En 1962, Françoise Dolto convenció a las autoridades francesas para que se estableciera un Secretariado de Papá Noel que contestase a todas las cartas de los niños (servicio postal que aún responde cada año a más de un millón de misivas). Con su prestigio como pediatra y psicoanalista, Dolto legitimó así la importancia del imaginario en la estructuración psicológica de la infancia.
Hoy son minoría pero hay, y conocemos, padres y madres que sustraen a sus peques del misterio de los regalos navideños. A menudo lo justifican en que no quieren que sus retoños pasen por el 'trauma' que a ellos les causó el descubrimiento de la verdad. Sin embargo, los especialistas defienden esta 'creencia' porque permite —dicen en sustancia— «desacralizar a los padres» y sirve de lección introductoria al «aprendizaje de la desacralización de la realidad». El desvelamiento de Olentzero, de los Reyes Magos o de Papá Noel es el anticipo a tantos desencantos que les acompañarán a lo largo de sus vidas. Tiene valor de iniciación: en el momento en que el 'secreto' queda expuesto, la niña o el niño se iguala en 'conocimiento' con los adultos y entra en el ciclo de la reciprocidad.
Divertido, llamativo y a la vez expresivo es el caso de esos infantes que se resisten a asumir que se rompió el hechizo, bien por pena de sí o bien por no decepcionar a sus mayores que tanto disfrutan con el teatrillo. Y entonces, devolviendo simulación con simulación, intentarán hacerles creer que aún 'creen'. Seguirán poniendo dulces y licor para los mágicos visitantes, y avivando así una ilusión a sabiendas de que ya solo es ceniza.
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