El genio se aparece a un niño al que ofrece un regalo muy especial: un ovillo de hilo con el que podrá conducir el paso del tiempo. «Este hilo es el de tus días —le dice—. Cuando quieras que el tiempo pase, solo tienes que ... tirar de él. Tus días avanzarán más rápido o más despacio según vayas desenrollando la madeja con mayor o menor celeridad. En cambio, si no lo tocas, permanecerás en el mismo momento y estado de tu vida».

Publicidad

El niño tomó el hilo y, sin pensárselo dos veces, tiró para convertirse en hombre, natural aspiración de todos los chiquillos. Una vez ahí, soltó hebra para casarse enseguida con la chica de sus amores. Luego, para conseguir experiencia que le proporcionase un buen empleo; para ver crecer a sus hijos; para, madurando, obtener estatus, economía y respetabilidad. Siguió soltando hilo cada vez que se veía en apuros o por dejar atrás enfermedades, lo que no evitaba que a medida que el hilo en su mano disminuía los achaques se le multiplicaran. Finalmente, quien fue niño y ya senil, arrepentido por no haber dejado el ovillo intacto desde un principio, resolvió tirar del último cabo para acortar su final con dignidad. En total, desde que recibió el regalo del genio había vivido cuatro meses y seis días.

La fábula del niño y el genio, recogida en 'El jardín de Epicuro' de Anatole France, ilustra sobre la dificultad que tenemos los humanos para gestionar nuestra vida, que es tiempo conjugado en presente pero que consumimos en permanente expectativa de futuro. Palabra esta, 'futuro', con resonancias a veces sugerentes, a veces inquietantes, sobrexplotada por la publicidad, la política y las aseguradoras.

Jonathan Swift, autor de 'Los viajes de Gulliver', lo expresó con meridiana claridad: «Muy pocos hombres, hablando con propiedad, viven en el presente, sino que más bien se preparan para vivir en otro momento». Lo mismo, pero de forma lírica, entonaba John Lennon: «La vida es eso que pasa mientras estamos ocupados haciendo otros planes».

Publicidad

La atención que damos a lo por venir nos distrae de aquello que tenemos inmediatamente dado. Por el solo hecho de vivir, esperamos; y por el simple hecho de esperar, nos proyectamos hacia lo que deseamos liquidando el presente como mero trámite. Esperar y esperanzar: no hacemos casi otra cosa.

«El pasado y el presente son nuestros medios; solo el porvenir es nuestro fin. Así, no vivimos jamás sino que esperamos vivir. Y disponiéndonos siempre a ser felices, es inevitable que jamás lo seamos»: Blaise Pascal.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete los 2 primeros meses gratis

Publicidad