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Tal día como hoy hace 85 años estallaba la II Guerra Mundial. Las potencias europeas intentaron evitarla dejando que Hitler saciase sus apetitos expansionistas: miraron a otra parte cuando Alemania se anexionó Austria y luego sacrificaron a Checoslovaquia. En vano. Preciosa lección de historia para ... quienes hoy, beatamente, defienden la entrega 'apaciguadora' de Ucrania a Rusia.
El 1 de septiembre de 1939, las tropas de la Wehrmacht cruzaban la frontera polaca provocando la estampida de millones de civiles. Entre ellos, Stanislas Ignace Witkiewicz, más conocido como 'Witkacy', interesante figura de la cultura de entreguerras. Comediógrafo, novelista, ensayista político, filósofo, pintor, fotógrafo y teórico del arte, fue un genio desmesurado, versátil y precoz que a los siete años escribió sus primeras obras inspiradas en Shakespeare, a los 15 ya exponía en galerías y con solo 17 daba conferencias filosóficas y artísticas. Apenas pisó escuela ni academia porque su padre temía que la enseñanza estandarizada echara a perder su independencia y espontaneidad creadora.
Junto a su compatriota Malinowski, pionero de la etnografía moderna, tomó contacto con las ricas culturas indígenas de Nueva Guinea. A su regreso, sobrevivirá en las trincheras de la I Guerra Mundial que desembocó en la Revolución bolchevique de 1917 en la que también tomó parte. De esas experiencias sacará conclusiones pesimistas sobre el género humano, «error de la naturaleza», y sobre el curso de la historia. Según Witkacy, la humanidad avanza desbocada hacia la banalidad, el rebañismo, «la idiotización general». La prueba está en la degradación de las manifestaciones del espíritu: la religión, reducida a gestos y palabras huecos; la filosofía, incapaz de responder a las grandes preguntas; y el arte, un artículo de consumo como cualquier otro.
«Las gentes de mañana no tendrán necesidad de la verdad ni de la belleza; serán felices, les bastará con eso. No experimentarán el misterio de la existencia, trágica y bella, no encontrarán tiempo, y, además, estarán siempre comunicados». ¿Profético?
El 17 de septiembre, a la entrada del Ejército Rojo que culminaría el reparto de Polonia acordado por Hitler y Stalin, en un bosque de la región de Polesia Witkacy tomó la decisión que entendía más coherente: dijo adiós a la vida. Durante décadas nadie volvería a acordarse de este genio incomprendido surgido de una civilización espiritualmente extraviada: una fama póstuma que seguramente no le hubiera disgustado.
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