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En plena disputa de un partido de fútbol entre estudiantes un día de 1823, el joven William Webb Ellis cogió el balón entre sus manos y echó a correr hacia la portería rival. Según la leyenda, con aquella infracción del reglamento, aplaudida e imitada por ... sus compañeros, Ellis fundó un nuevo deporte que adoptaría el nombre de la localidad inglesa donde sucedió la transgresión: Rugby.
Hablamos de una especialidad de apariencia extravagante, caótica, con reglas rarísimas, donde treinta tipos de aspecto carnívoro se pelean por un melón. De aquí el remoquete de 'fútbol de carnaval'. Por ejemplo, la mayor parte del tiempo los jugadores forcejean, se placan, empujan, derriban... pero, a una señal del árbitro, hacen piña en una especie de corro de chismosos que llaman melé, batiburrillo en francés, del que alguno sale a veces con una oreja menos. El penalti se resuelve chutando sobre una gigantesca 'H' (prueba de que esa letra sirve para algo más que para cometer faltas ortográficas), mientras los saques de banda permiten admirar a los pesados Goliaths cual mariposas volando en pos de la pelota oval que, al escaparse, les hace burla con cada bote.
Atípico juego en el que una legión de mocetones se mete tan felizmente una somanta, tiene como principal particularidad que se ataca y se progresa retrocediendo: idea a contrapelo de la lógica de la guerra, la política y la economía pero que el rugby convierte en realidad atlética y estética.
Llaman al fútbol el 'deporte rey', y no pondremos nosotros en entredicho su jerarquía. Sin embargo, quien se haya paseado los dos últimos días por Donostia habrá comprobado que el rugby provoca verdadero frenesí entre las gentes de allende el Bidasoa. También a este lado tuvo sus días de gloria, cuando el Atlético San Sebastián dominaba la Liga nacional y muchos jóvenes se acercaban seducidos por el fantástico espectáculo del Cinco Naciones que la única televisión de entonces transmitía los sábados con comentarios de un exjugado r de apellido eufónico, Piernavieja. Pero en los colegios de religiosos nunca se estimuló a su práctica, «no sea que os hagáis daño» decían los curas (para zurrar ya estaban ellos).
La verdad la conocimos más adelante: por razones históricas al rugby se le tenía por deporte republicano, rebelde, anticlerical, menos apto que otras disciplinas para una recta formación. Aún hoy conserva algo de ese encanto levantisco que inspirase al joven W.W. Ellis para reventar un partido de fútbol hace ahora dos siglos.
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