Se considera el mitin más multitudinario de la historia española al protagonizado por Manuel Azaña en Carabanchel el año 1935 que congregó a 300.000 personas. No es que Izquierda Republicana, el partido que lideraba, gozase de un fervor popular descomunal. Es que en aquella ... época se acudía a los mítines como a determinadas iglesias, menos por afinidad doctrinal que por escuchar a los buenos oradores. Y Azaña era de los más apreciados.

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En la Transición reverdeció la euforia mitinera con memorables hitos como las 30.000 almas reunidas en Bilbao para recibir a Pasionaria a su vuelta del exilio o el cierre de campaña de Felipe González en Madrid en 1982. Todavía en la década de los noventa se dieron mítines tan impresionantes como el que reunió en torno al aún candidato Aznar a 60.000 enfervorizados valencianos en 1996. Aunque ya para entonces los dos grandes partidos empezaban a girar hacia un tipo de comunicación y propaganda menos 'péplum' y más sofisticada, que se apoyaría no tanto en lo panorámico cuanto en lo telegénico.

En ese tránsito fueron quedando en el camino actividades antaño clásicas como las manitas con el pueblo o el besuqueo de niños, las engrudadas de carteles o la lluvia de octavillas. De las magnas misas electorales en plazas de toros y campos de fútbol se pasó a actos políticos en pabellones de aforo adaptable, casas de cultura u hoteles convertidos en platós para puestas en escena cada vez más ajustadas a la emisión y viralización de 'cortes' a través de los modernos canales bajo estricto control del dircom de campaña. Lo que se dice 'un gran montaje'.

Tal es el cambio: antes se iba al mitin a escuchar e informarse, hoy -hablamos de los grandes partidos- a participar de un espectáculo multimedia, con despliegue de luz y sonido, actuación de teloneros, regalitos... donde el público asume su papel de figurante con encargo de aplaudir, aplaudir mucho pero especialmente en los momentos pautados, e ir inflamándose hasta la apoteosis. Y, al final, como premio, la ocasión de hacerse un selfi con el líder o la lideresa para compartirlo en redes sociales o por WhatsApp. En fin, como celebra el populista italiano Mateo Salvini, «la política hoy es una fiesta».

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El mitin, al que tantas veces se ha dado por caduco, resiste y resistirá mientras no se invente formato mejor. Porque, adaptándose a los tiempos, resulta efectivo, es decir posee capacidad movilizadora. Y, sin embargo... ¿quién no acabará hasta la coronilla de la dichosa 'fiesta' electoral?

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