a llaman 'operación especial' igual que en época soviética denominaban al gulag 'campos especiales' y 'métodos especiales' a las torturas de la policía política. Eufemismo para una guerra de invasión iniciada y sostenida a cualquier precio por un agente formado por el KGB, Putin, que ... sueña con emular la gran victoria de Stalin sobre el nazismo.
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A lo largo de este año atroz, el dictador se ha prodigado en discursos de exaltación patriótica en los que evoca las principales gestas imperiales de Rusia y a sus grandes líderes, pero deteniéndose en puertas del siglo XX porque, según dice, falta perspectiva para emitir un juicio histórico sobre los últimos zares y la experiencia soviética. Modo ridículo de evitar malquistarse con los nostálgicos de la Rusia blanca y de la roja, al tiempo que neutraliza las tentaciones revisionistas en torno a las figuras de las que se siente digno continuador: Nicolás Románov y Stalin.
El zar como espejo: señor y dueño único del poder político, aliado a la nobleza (hoy sustituida por los oligarcas), la Iglesia ortodoxa y la policía secreta, carcelero de naciones con apoyo del mayor ejército del mundo por número de soldados; pero ejército que, llegada la hora de la verdad, se reveló ineficaz y corrupto. Con una economía basada sobre todo en la explotación de hidrocarburos, la Rusia zarista entró en la modernidad con sus ancestrales estructuras y jerarquías casi intactas. Hasta que la revolución la arrolló.
Durante los últimos tiempos, Putin ha ido ilegalizando las organizaciones de defensa de los Derechos Humanos en tácito reconocimiento de su incapacidad para lidiar con la verdad histórica sobre el sistema soviético. Como Stalin, considera a la oposición democrática como 'usurpadora' y 'enemigos de Rusia' a cuantos objetan sus decisiones. Y espera, como el georgiano, ganar guerras sacrificando tantos soldados como haga falta. «La muerte de un hombre es una tragedia; la de millones, estadística».
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En su nueva etapa de reconciliación tras años de conflicto, Colombia aspira a convertirse en 'Potencia Mundial de Vida'. En sentido contrario, la dictadura putiniana hace de Rusia una potencia mundial de muerte. Es el eterno retorno de lo monstruoso tras los muros del Kremlin: un poder indiferente al bienestar, la cooperación, la expansión creativa, solo ocupado en exhibir fuerza para satisfacción del narcisismo patológico de uno de esos tipos de los que el señor de Montaigne decía «azuzan la guerra no porque sea justa, sino porque es guerra».
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