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Sentado a la espera en una oficina del paro, el cómico Sandrini saca del bolsillo un bocadillo. A su lado, una mujer le hace ojitos de hambre. Cortésmente, Sandrini aproxima el bocata a su nariz: ella lo huele, él lo olfatea... y se lo vuelve ... a guardar. Decía José Antonio Sistiaga que este gag de una película argentina que vio en su juventud le enseñó cómo tendría que vivir si quería dedicarse a su pasión, pintar.
Ambos verbos los conjugaba sinónimamente: «La creación no la entiendo como un modo de vida, sino como mi vida misma». Concebía la práctica artística a tumba abierta, sin reservas. Lo ilustra una anécdota que me confió. Durante la dictadura, residiendo en el País Vasco francés, se le acercó Argala para comentarle que ETA planeaba secuestrar a Salvador Dalí. 'El Sisti' no entró en la cuestión política, no era lo suyo, pero sí en las consecuencias artísticas y humanas: «Antes de seguir adelante leed sus libros para conocerlo. Y si finalmente le secuestráis, proporcionadle papel y lápices para que pueda dibujar; de otro modo se volvería loco». Consejo de un artista vital para quien el ejercicio creativo constituía una necesidad fisiológica.
Vacunado contra la religión y el militarismo desde su infancia de guerra y posguerra, disfrutaba sacando a pasear al comecuras que llevaba dentro, y si había ocasión peroraba contra la producción y el comercio de armamento: «Como imbéciles no faltarán mientras haya humanos sobre la Tierra, acabemos con las armas para evitar al menos que cometan más estropicios», defendía sin acaloramiento.
Por su amistad con Fernando Arrabal estuvo cerca del movimiento Pánico, aunque su relación con Roland Topor se fue al garete cuando el ilustrador, pintor, escritor y cineasta le encontró en amistosa charla en un café de París con la que era su pareja. Un equívoco motivado sin duda por el 'élan' de seducción que desprendía nuestro amigo, además de por su indisimulada filoginia.
Amanuense en sentido etimológico, su obra gestual surgía sin idea preconcebida y se iba construyendo en la propia ejecución. En Singapur quedó fascinado ante la rigurosa y elegante manera como un paria mondaba una pera. Comprendió que en la mano reside la inteligencia humana. Raíz de su irritación frente a la decadencia de la cultura manual: «Yo lo veo como una pérdida tremenda. Pero, claro, la mayoría está encantada porque hay ordenadores».
De esta pasta estaba hecho 'El Sisti'. Un hombre con olfato para la vida, o sea para el arte; y para la provocación.
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