Quien se asoma a la historia de los sentimientos descubre, casi siempre con sorpresa, que muchos de ellos tienen un origen temporal y geográfico, que no son universales e innatos al ser humano tal como pensábamos. Una célebre ilustración histórica la ofrece el revolucionario francés ... Saint-Just, quien en 1794 proclamó la felicidad como «idea nueva en Europa». Pues bien, también la soledad, en el sentido de desapego por lo común doloroso, permaneció inédita hasta comienzos de la Edad Contemporánea.
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La formación de este sentimiento -que a veces se califica de emoción- se sitúa entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX en el contexto de la secularización y el desencanto del mundo que provocó que muchas personas empezaran a verse a sí mismas de un modo meramente terrenal, como seres físicos y efímeros. Esto no supone, obviamente, que el estar a solas, la solitud, fuera desconocida antes, sino que su comprensión espiritual de la realidad les hacía sentirse siempre acompañadas.
Tomemos como ejemplo al náufrago Robinson Crusoe, protagonista de la conocida novela de Daniel Defoe del año 1719. En ningún pasaje lamenta su soledad en la remota isla tropical. Tiene la Biblia. Crusoe habla varias veces de 'loneliness', sí, pero esta palabra expresaba entonces la circunstancia de hallarse solo, sencillamente, sin las actuales connotaciones psicológicas o emocionales, según explica la historiadora Fay Bound Alberti.
La soledad, idea nueva de la contemporaneidad, es hoy un problema sanitario global, al punto que se habla de 'epidemia de soledad' o de 'epidemia de distancia social', subrayando la relación directamente proporcional entre hiperconexión tecnológica y penuria de calor humano.
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En respuesta al empobrecimiento de las relaciones sociales, con el consiguiente aumento de la soledad y pérdida del sentido de pertenencia, hace una década en Bolonia surgió la iniciativa cívica 'Social Street' (www.socialstreet.it), movimiento de vecindad participativa que está teniendo réplicas por toda la península itálica y en otros países. Ayudarse cotidianamente, compartir bienes y conocimientos, impulsar proyectos de interés común, socializarse mediante convites urbanos; en definitiva, se trata de generar vínculos sacando todo su provecho a los nuevos dispositivos de comunicación en favor del acercamiento físico entre las personas.
Experiencias de ciudadanía activa como estas son como jardines en medio del desierto superpoblado en que se han convertido las sociedades del capitalismo tardío.
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