Eran de ver sus brincos de una barandilla a otra, los saltos desde el pretil a la playa, los vuelos sobre las azoteas y las 'txilinbueltas'. Con 16 años y poca inclinación hacia el estudio, disfrutaba haciendo parkour, el arte del desplazamiento urbano. Todo un ... espectáculo que dejaba absortos a los paseantes. También por aquel entonces exploraba los bosques de Artikutza durmiendo al raso con su perro; movido por la curiosidad, casi sin darse cuenta, llegó hasta Jaca. Fue su primera aventura en solitario.
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De su familia paterna heredó la fascinación por la mar y el nomadismo de la materna. Así que de los saltos urbanos pasó a los transoceánicos. Su desconocimiento inicial de idiomas no le amilanó para buscarse la vida en Barbados dando clases en un gimnasio, limpiando barcos en Cabo Verde, vendiendo fruta en Sri Lanka y haciendo de todo en las remotas islas Mauricio y La Reunión. Se mueve en barco-stop o se ofrece como grumete, más el recurso de hacer caja como saltimbanqui y músico callejero. Durante la pandemia recorrió desde la República Checa hasta Grecia y Georgia. Después de una breve estancia aquí, marchó a Irlanda donde ahora trabaja en restaurantes y toca la guitarra. La última vez nos contó que ya dominaba el inglés, pero andaba leyendo 'Eraztunen jauna' para refrescar su euskera («Difícil, pero muy buena novela…»).
Tiene un bonito arsenal de vivencias que contar de estos diez años: un terrible ciclón tropical en el Índico a bordo de un viejo cascarón que no naufragó de milagro, la travesía del Atlántico en velero con tres piratas, cuando nadó agarrado a tortugas gigantes en las Antillas o la vez que tuvo que correr delante de un gran oso en los bosques de Bulgaria. ¿Su peor recuerdo? La paliza que le metieron unos macarras en París al salir en defensa de una chica a la que acosaban. No obstante, la experiencia le ha enseñado que en el mundo hay más gente buena que mala. También que somos animales adaptativos, y que se puede vivir a gusto con menos bienes materiales. Aconseja recordarlo por si pincha nuestra burbuja de confort.
Espigado, moreno, siempre con la sonrisa en los labios, Ibon Andueza Linazasoro, 30 tacos recién cumplidos, tiene despejo natural, capacidad de observación y gran corazón. Asume que viajar es adictivo, pero reconoce también que le gustaría asentarse, trabajar la tierra y formar familia. Reúne las dos almas clásicas del vasco: sed de horizontes y apego a sus raíces; el barco y el caserío. Un émulo de Joseph Conrad cien años después.
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