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Eaminando con atención un atlas de anatomía descubrimos que el cuerpo humano está construido de manera un tanto artesanal. Al menos así lo sugiere la ... presencia de elementos sin aparente razón de ser y que en ocasiones hasta resultan engorrosos. Por ejemplo, las muelas del juicio, carentes hoy de función (servían para masticar cuando comíamos crudo y utilizábamos la dentadura como herramienta), que pueden provocar problemas si no se procede a su extracción. Otro caso: algunas personas poseen un par de costillas adicionales sobre la primera vértebra lumbar a las que la biología no encuentra utilidad, aunque tampoco ocasionan molestias a sus titulares.
Otro aparente 'capricho' de la naturaleza es el órgano de Jacobson, membrana tubular situada en la cavidad nasal que para las serpientes es fundamental porque les ayuda a detectar a sus presas, pero que en nuestra especie parece estar de más. Y si de la nariz pasamos a las orejas, nos encontramos con algo tan pintoresco como los tres músculos auriculares que solo sirven para reírnos un rato cuando alguien demuestra que puede mover sus pabellones a la manera de un perro o gato.
Se denominan atavismos a estos vestigios que se han mantenido durante millones de años y cuyas aplicaciones ignoramos. Que generalmente no las tienen, aunque podemos llevarnos alguna sorpresa: el apéndice, que hasta hace poco se consideraba superfluo además de peligroso, ahora se sospecha que cumple una función inmunitaria.
Como producto de la larga cadena de la evolución, hemos acumulado características que son testigos de una historia biológica en el curso de la cual la anatomía humana se ha ido conformando con elementos nuevos, al tiempo que otros que nos dieron provecho en etapas prehomínidas han quedado relegados sin llegar a desaparecer. Así se explica que en la fase embrionaria desarrollemos un amago de rabo luego convertido en el coxis o que con el frío se nos ponga la carne de gallina pese a que hoy, ya sin plumas ni manto de pelo, la piloerección que nos ayudaba a mantener el calor es del todo prescindible. Más curioso aún: el siempre molesto hipo lo heredamos de nuestro ancestro anfibio, vestigio por tanto de hace 370 millones de años.
Resumiendo, el cuerpo humano resulta de un bricolaje evolutivo: ni diseñado ni concebido a la manera de una máquina ideal, es la consecuencia fortuita de un gran número de ensayos y errores. Conceptualmente perfecto, como el 'Hombre de Vitruvio' de Leonardo da Vinci, aunque lleno de imperfecciones.
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