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Sumergidos ya de nuevo en plena campaña electoral, los ciudadanos asistimos con una mezcla de escepticismo, de lejanía, de desmotivación a una nueva cita con ... las urnas, esta vez europeas, el 9 de junio. Son siempre unas elecciones que movilizan menos que las demás, pero debemos elevar nuestra conciencia y responsabilidad cívica para votar. Nos jugamos mucho. Los populismos extremistas encuentran en este clima de cierta desafección ciudadana su lugar perfecto para consolidarse como opción involucionista, xenófoba y contraria a las libertades y derechos que tanto ha costado ganar.
No deberíamos olvidar que la Unión Europea ha proclamado desde su fundación en 1957 que su construcción debe fundamentarse en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, la no discriminación y la solidaridad.
Frente a ello, los extremismos que florecen en prácticamente todos los Estados de la Unión Europa tratan de alterar de forma radical la esencia de esos principios humanistas fundacionales. Y ya no se presentan con la etiqueta de antieuropeístas o euroescépticos; ya nadie rechaza a Europa. No habrá más 'brexits', ningún Estado ni ninguna formación política reivindica el fin de la Unión Europea ni su salida de la misma. A lo que aspiran ahora, desde su fundamentalismo antidemocrático y desde su visión contraria a la convivencia entre diferentes, es a lograr alterar los objetivos y fines del proyecto europeo; desean conquistar el poder y el dominio de su retrograda ideología en Europa para limitar nuestros derechos.
Todo eso está en juego. Y estas elecciones llegan en un momento de encrucijada para el futuro de Europa: o nos integramos más y de verdad o seguiremos en la insignificancia en el contexto geopolítico mundial y seremos, como europeos, incapaces de tener una verdadera y eficiente autonomía estratégica que permita desarrollar una industria propia, una defensa del planeta y del medio ambiente, un crecimiento sostenible, una mayor cohesión social y un modelo sólido de convivencia.
¿Volvemos a sacrificar integración por ampliación? ¿Responde a intereses atlantistas y por tanto de EE UU o a un verdadero propósito de profundizar en el proyecto europeo? La duda es, cuando menos, razonable, si recordamos cuál fue el proceso en 2004 cuando la UE amplió sus miembros de 15 a 25 y luego a 28, con Croacia, el último Estado que se ha incorporado y la posterior baja de Reino Unido tras el Brexit.
El Consejo Europeo (integrado por los veintisiete jefes de Estado y/o primeros ministros y ministras de los Estados de la UE) ha afirmado que la ampliación constituye una inversión geoestratégica en la paz, la seguridad, la estabilidad y la prosperidad, y que es un motor para mejorar las condiciones económicas y sociales de la ciudadanía europea y para reducir las disparidades entre países, y debe fomentar los valores en los que se fundamenta la Unión. Esto hará, añadía, que la UE sea más fuerte y potenciará la soberanía europea. ¿Es realmente así?
La realidad es que se ha decidido iniciar las negociaciones de adhesión con Ucrania y Moldavia. También se ha concedido el estatuto de país candidato a Georgia y se ha acordado abrir el proceso con Bosnia y Herzegovina, una vez se haya alcanzado el grado necesario de cumplimiento de los criterios; y se está dispuesto a concluir la fase de apertura de las negociaciones de adhesión con Macedonia del Norte. Respecto a los Balcanes Occidentales, el Consejo reafirma su compromiso con la perspectiva de adhesión de Albania, Bosnia y Herzegovina, Kosovo, Montenegro y Serbia.
Europa debe basarse no tanto en criterios de poder económico o militar como en la profundización de la cultura, la educación, la solidaridad, los valores democráticos y los principios que inspiraron la Declaración Universal de Derechos Humanos. La historia demuestra que aquellas instituciones o estructuras que han basado su poder en una relación exclusiva de superioridad o dominio han terminado por fenecer tarde o temprano.
Hay extremismos de izquierda y de derecha, pero la evidencia es que, en particular, la extrema derecha populista se hace cada vez más fuerte en Europa, debilita el proyecto europeo y todo ello debe hacernos reflexionar acerca del modelo de sociedad que estamos gestando, porque el fenómeno supera la mera moda pasajera. Ese mensaje profundamente antieuropeísta cala gracias a un desafecto popular que hay que contrarrestar con la recuperación de la confianza en las instituciones.
El reto compartido para ciudadanas y ciudadanos europeos es garantizar con nuestro voto la protección del modelo social y de sus valores comunes irrenunciables como mecanismo principal para tratar de desactivar la retórica de los partidos populistas y evitar que puedan erosionar nuestra Europa, que se presenta más necesaria que nunca ante los desafíos e incertidumbres que debemos afrontar como sociedad.
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