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Existe una teoría de las relaciones internacionales que pueda aportar cierto rumbo y sentido a un mundo tan caótico e incierto como el que nos ... está tocando vivir?; ¿cómo es posible gestionar, entre otras situaciones conflictivas que emergen en las relaciones entre Estados en el mundo, la crisis derivada de la guerra en Ucrania y al mismo tiempo tratar de construir el futuro de forma colectiva a nivel mundial?; ¿cómo será el mundo del mañana?; en realidad no conocemos qué ocurrirá, tan solo sabemos que ese futuro no se parecerá al presente.
La inédita situación de caos geopolítico mundial que caracteriza a este siglo XXI plantea numerosas incertezas e incertidumbres y trae aparejada toda una serie de derivadas diplomáticas, políticas, sociales, económicas y también medioambientales de enorme repercusión. Vivimos en un entorno internacional inestable y donde el necesario ejercicio de prospección, clave fijar estrategias sociales, institucionales y también empresariales resulta cada más complejo y errático.
Dos de los principales problemas a los que nos enfrentamos en la actual realidad internacional derivan, por un lado, de la inexistencia de unas normas, de unas reglas internacionales capaces de atender a los retos derivados de un contexto geopolítico mundial presidido por el conflicto permanente y por la ausencia de un equilibrio global; y por otro, topamos con la ausencia de un liderazgo mundial compartido. De hecho, las reglas de instituciones internacionales multilaterales como la ONU o la OMC son redefinidas por las grandes potencias en función de sus propios intereses. Esas mismas grandes potencias ignoran su contenido o lo reinterpretan unilateralmente cuando consideran que están en juego sus intereses vitales.
Los Estados están de facto compitiendo entre sí (de forma comercial e incluso bélicamente) cuando en realidad la clave en tiempos tan complejos radica en cooperar. Esta tendencia se agudiza en la dimensión geopolítica global por el hecho de que el mundo vive momentos de gran debilidad institucional.
La realidad es que buena parte de las instituciones que refundaron las relaciones internacionales en 1945, hace ya 78 años, experimentan hoy día un serio declive en su 'auctoritas' mundial, y ello les impide abanderar ese necesario liderazgo supranacional. En este contexto, y tal y como ha descrito el politólogo americano John J.Mearsheimer, emerge con fuerza la denominada teoría del 'realismo', conforme a la cual los Estados coexisten en un mundo desprovisto de un autoridad suprema capaz de proteger a los unos de los otros sólo a través de lógicas defensivas. A ello se añade que el conflicto derivado de la invasión del territorio de Ucrania por parte del ejército ruso ha supuesto un factor catalizador de las fracturas y de las luchas de influencia entre Estados.
Si nos remontamos unos años atrás, cabe recordar que en 1991 se produjo la desintegración de la URSS. Finalizó así el mundo bipolar (y con él la Guerra fría) y pasamos a una nueva etapa geopolítica que estuvo marcada por un mundo unipolar, centrado o girando en torno a EEUU como única gran potencia mundial. La estrategia estadounidense de 'hegemonía liberal' se saldó con un estrepitoso fracaso, al tratar sin éxito (Afganistán es el más claro pero no el único ejemplo) de imponer un orden planetario basado en los valores de la democracia liberal.
Unos años más tarde, en 2017, esa unipolaridad ha devenido en una nueva multipolaridad, con el ascenso de China a nivel mundial y con el resurgimiento del poder ruso. Este nuevo sistema geopolítico multipolar ha sido el origen de nuevas rivalidades: Además del conflicto entre EEUU y Rusia (con la OTAN como baluarte supuestamente defensivo), otro frente conflictivo emerge entre EEUU y China, que chocan porque ambas potencias tienen como claro objetivo proyectar su comportamiento hegemónico sobre el resto del mundo.
China se abre ahora al mundo árabe (el acuerdo logrado entre Arabia Saudí e Irán bajo la mediación China va a tener consecuencias muy relevantes en la geopolítica mundial), rompe el monopolio relacional de EEUU con ese mundo y minora la influencia de EEUU en Oriente Próximo; además de ello, China consolida su dominio en Asia. Esa competencia entre ambas potencias se proyecta tanto en el ámbito comercial como en el de las tensiones soberanistas (en Taiwan y en la tensión por lograr el control sobre el Mar de China meridional, entre otros ejemplos que convulsionan las relaciones diplomáticas).
Por todo ello resulta necesario e imprescindible tratar de revitalizar el multilateralismo. Y también hay que resetear y reforzar el espíritu, impulso y vitalidad de un renovado consenso mundial en torno a la defensa de los derechos humanos. El próximo 10 de diciembre se cumplirá el 75º aniversario de la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Aquel sueño de la humanidad, tras el sufrimiento de la Segunda Guerra Mundial, sigue más vigente que nunca. El sistema internacional de derechos humanos se creó como modelo para prevenir conflictos y lograr la paz. No debemos olvidar que los derechos humanos resultan fundamentales para abordar las causas y las repercusiones de todas las crisis complejas y para construir sociedades más sostenibles, seguras y pacíficas.
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