Urgente Cortada la N-121A por una colisión entre dos camiones

Hasta ahora, siempre se ha considerado a Fidel Castro como el mejor jugador de billar político en el último siglo. Y de billar a tres bandas, al ser capaz de enfrentarse en una partida a EE UU mientras acallaba toda discrepancia interior y, en último ... término, ponía una barrera infranqueable a la injerencia soviética. En 'Un asunto sensible', Miguel Barroso supo explicarlo. Ahora, si le sale bien su apuesta a Pablo Iglesias, tendrá derecho a un puesto de honor en esa corta galería de jugadores de gran habilidad. Encerrado en una situación difícil, con la gente y sus socios de Gobierno hartos ya de asistir al espectáculo de su puja izquierdista contra las iniciativas del Ejecutivo Sánchez, para no alcanzar resultados claros. Única excepción: los logros de Yolanda Díaz en Trabajo.

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La motivación de ese modo de actuar era clara: como buen heredero de la táctica comunista de los 30-50, nunca pensó que su presencia en el Gobierno debiera integrarse en un juego de propuestas y debates para resolver la trágica situación económica del país. Lo suyo fue un intento continuado de aparecer ante la opinión como el verdadero defensor de los trabajadores, el auténtico progresista, frente a un PSOE atado por la soga del Ibex-35. Y Sánchez tenía que aguantar al cuco en el nido, con tal de evitar que el intruso acabara echándolo todo por tierra. Ni siquiera cuando la discusión terminaba en acuerdo dejó de manifestar Iglesias ante la opinión su superioridad o incluso que podía decir que, tras el enfrentamiento, «Sánchez se había disculpado». La amenaza de quedar empantanado y con la rémora de un creciente desprestigio por su condición de 'rompiscatole', de incordiante vocacional, se agravaba ante la peculiar situación de su partido en Madrid, dado el peligro de quedar en las elecciones por debajo del 5%. A pesar de su infeliz desenlace, la solución era arriesgada y brillante. Las insuficiencias ajenas, especialmente en la izquierda, se la dieron casi hecha y la vocación mesiánica declarada por Isabel Ayuso aportó el resto. Habida cuenta de la agonía de Ciudadanos, la entrada en escena de una verdadera ultraderecha unida, más las buenas previsiones de voto de Ayuso, llevaban razonablemente a la propuesta de una orientación unitaria de la izquierda, fuese como frente o como convergencia bajo un liderazgo personal.

Llegados a este punto, los dos grupos más importantes de la izquierda en la actual asamblea de la Comunidad de Madrid ofrecían perspectivas poco halagüeñas. Más Madrid, como fachada política, una vez desaparecida Manuela Carmena, se reducía a Íñigo Errejón, inteligente, buen tipo y por fortuna nada caudillo, que además estaba en el Congreso de los Diputados. Valía la pena votarle, pero a sabiendas de que aun siendo una excelente candidata, no obtendría Mónica García grandes resultados. Aquí se equivocó Iglesias, al creer que todos pensaban como él en términos de «politiquería», que habría dicho Fidel.

El verdadero problema correspondía en principio al PSOE, autolimitado por la candidatura de Ángel Gabilondo, que reflejaba en su figura y en su palabra la condición de catedrático de Metafísica, gris como parlamentario, tras haber sido buen decano, buen rector y buen ministro de Educación. Cada vez que intervino en público desde las últimas elecciones olía a derrotado seguro. Tal vez la confirmación de su candidatura haya servido de trampolín para el salto de Iglesias. Aunque no se logre el objetivo proclamado, la victoria sobre Ayuso, el posible 'sorpasso' a costa de Gabilondo valía la pena de cara a la política nacional. Si lograra la unión con Más Madrid, Iglesias sería la izquierda, con mayúsculas; Gabilondo solo el PSOE, y peor aún de resultar superado por Podemos. Pero falló la expectativa.

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Si no nos dejamos engañar por las apariencias, la maniobra de Iglesias ha tenido dos propósitos: su relanzamiento personal y quebrar la hegemonía del PSOE. De otro modo no se entiende que la haya presentado a la opinión con Sánchez intentando dorar su imagen en París en su encuentro con Macron. El presidente no solo fue eclipsado por el fogonazo de la noticia, sino que Iglesias le puso con la espada contra la pared, más allá de su renuncia, con la designación de una vicepresidenta, Yolanda Díaz, además buena baza por su ejecutoria en Trabajo. Por si y ante sí, y que Sánchez se atreva a rechazarlo. No lo hizo, juiciosamente. Por añadidura, podría parecer que la nueva vicepresidenta adelantaría a Nadia Calviño, lo que no sucederá. La pugna no cesa. Puede seguir, sin los aspavientos de Iglesias, y con mayor dureza de fondo.

Y Pablo renuncia al liderazgo de cara a las futuras elecciones. ¿Ejemplo de generosidad? Las plumas amigas llegan a decir que lo tenía pensado de antes. A mi juicio, más bien estamos ante una habilísima entrega de calidad, en términos ajedrecísticos. La 'reina' Pablo finge quedar fuera del juego, pero ha puesto un peón pasado que sin su desgaste le permite seguir como jefe indiscutible, y acabará reponiéndole al frente del juego. Con eso basta para desmentir para ingenuos la acusación de caudillaje. De no sufrir una derrota contundente en las urnas, el balance podía serle muy favorable. Ahora todo cambia.

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