El Tribunal que preside Manuel Marchena ha fijado el comienzo del juicio por los hechos de octubre de 2017 en Cataluña para el próximo 12 de febrero. Una semana más tarde de lo que el Supremo pretendía. Dos semanas menos que las solicitadas por los ... abogados de algunos de los encausados para preparar su defensa. Ese martes darán inicio sesiones tan intensas para sus protagonistas y tan densas para el público en general, que resulta imposible predecir cuál va a ser su resultado último. No ya el judicial, sino el de sus efectos sobre los estados de opinión que se confrontan. De hecho, resulta sorprendente que los encausados hayan optado por posponer en lo posible el desenlace. Es recurrente suponer que se trata de una estrategia de defensa. Pero la explicación no es tal, puesto que resulta imposible descubrir beneficio alguno para los encausados por mantener en el aire su futuro penal mientras van quemando días de cárcel. Tampoco es fácil imaginar qué ventaja política busca el independentismo en su conjunto, o los independentistas por separado, al mantener en ascuas a sus incondicionales, con la promesa de que el juicio reavivará la llama secesionista al convertirse en un proceso contra la democracia española.

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La confrontación política e institucional lleva siempre a sus actores a la necesidad de creerse que el transcurso del tiempo les beneficia; que acabará inclinando a su favor la correlación de fuerzas. La crisis catalana está sujeta a una triple presunción partidaria. El independentismo gobernante, con diferencias y matices, necesita convencerse de que, sea cual sea la sentencia final, el enjuiciamiento de la inocencia secesionista por parte del Tribunal Supremo realzará la legitimidad de los encausados, y presentará aun más ineludible la convocatoria de un referéndum para la gestación de una república propia. El PP y Ciudadanos, con el secretario general de Vox, Javier Ortega, actuando como acusador durante el juicio, están confiados en que su respectiva causa saldrá ganando frente al rupturismo secesionista. Mientras el Gobierno Sánchez trata de terciar en plena subasta de expectativas, deseando que tantas semanas de cárcel y espera acaben relajando los ánimos y concedan algún resquicio para la tramitación de los Presupuestos 2019.

Hace unos meses el juicio que se iniciará el martes 12 de febrero se anunciaba poco menos que como un movimiento sísmico capaz, por sí solo, de desgajar la placa catalana del resto de la península. Pero la jornada de ayer evidenció que, de tanto esperar a ese momento de oportunidad, a la demostración de que Cataluña no tiene ya sitio en el Estado constitucional, el independentismo se ha ido desmovilizando mientras se dividía ante la proximidad de las elecciones del 26 de mayo. En otras palabras, el juicio está en gran medida amortizado en cuanto a sus efectos políticos. Los argumentos que se expongan son previsibles en medio de la incertidumbre. Las emociones que se induzcan se limitarán a quienes ya han mostrado su indignación. Además, la división en el independentismo ha llegado al reproche moral en vísperas del juicio, entre Junqueras recordando nada menos que a Sócrates y Séneca, y Puigdemont soslayando la invectiva. Las imágenes de la contestación independentista de ayer proyectaron sensaciones de absoluto repliegue.

La amortización del juicio se hace evidente para el independentismo, cuando las críticas y dudas que genera todo el proceso -la prisión incondicional, las acusaciones de rebelión y de sedición- quedan orilladas en una estrategia política envolvente -reclamada en nombre de la comunión secesionista- que persigue denunciar la conculcación del derecho a la autodeterminación como causa general contra el Estado español. Es imposible pretender estrategias de defensa de los acusados cuando estos se ven desbordados por quienes, al frente de la Generalitat o desde Waterloo, dan muestra fehaciente de que se desentienden de la suerte que puedan correr los enjuiciados. Ardid que acaba involucrando a los posibles condenados en una liza moral sobre quién se queda atrás en tan demencial competición de méritos verbales.

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