
Trozos de alma, hierro y salitre
Koldo Aldai Agirretxe
Jueves, 20 de marzo 2025, 01:00
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Koldo Aldai Agirretxe
Jueves, 20 de marzo 2025, 01:00
La barandilla no es ya sólo sobre el agitado Cantábrico, también sobre nuestros geranios y petunias, también al fondo de nuestros salones más tranquilos, al ... borde de nuestras nostalgias algo herrumbradas. Estos días el Ayuntamiento donostiarra vuelve a sortear trozos de la barandilla de la Concha. Olas, sal y tiempo operan pacientes el deterioro y hay que renovarla. El paseo que se funde con el famoso barandado al igual que las farolas, el obelisco, la rotonda... fue inaugurado por el rey Alfonso XIII en 1916. El borbón cortó la cinta, pero el abuelo concibió los dos círculos concéntricos que terminarían haciendo historia. La icónica barandilla fue diseñada por el arquitecto municipal Juan Rafael Alday. En las fotos del momento se ve al 'aitona' departiendo con el monarca el día de la inauguración.
Alday fue uno de los artífices del San Sebastián señorial y monumental de comienzos del siglo XX. A él se debe el diseño no sólo del Paseo de la Concha, sino de otros edificios emblemáticos de la ciudad. Dentro de los cánones, de las circunstancias del momento, contribuyeron a hacer una urbe de más empaque y distinción, más atractiva y amable. Tras el glamour, la barricada. Tras los felices veinte, los agitados treinta. Golpeaban temporales asfalto adentro. La historia se desataba, desahogaba sus impotencias. Los desheredados reclamaban sus codos sobre la barandilla, su cuota de soleado adoquinado, de esperanzado horizonte. Pedían en justicia su parte de 'perla' y ciudad, de época bella, de cielo y bahía. La reivindicación tornó incontenida. Comenzaron a circular raudos y ruidosos por nuestra ciudad los vehículos mal blindados de 'UHP'. Aquí no llegó a salir humo de ningún campanario, pero el fatal encono ya estaba servido. «La gente de orden» observaba con temor a los descamisados y su exhibición de puños recios y banderas rojas. Somos porque fueron por más que el orden que defendieron nuestros mayores se manifestara después severo en exceso. Una paz aparente y oxidada se impuso tras la contienda civil, pero algo se había quebrado por dentro de nuestro pueblo. Llegaron nuevos temporales y se llevaron segmentos de nuestra historia, cascotes de nuestras vidas. En medio de las horas intempestivos, la bahía nos trajo calma, la barandilla vínculo, continuidad con el ayer, altura de miras hoy. Ante los vientos de nuestros días, tratamos conservar hierros de 'Mendia y Murua', de rescatar valores igualmente sólidos de respeto y comunión que no caducan. Vendrán más vendavales y cada vez más donostiarras nos podremos llevar a nuestros hogares más trozos de esa barandilla universal, más agarradero y salitre, sobre todo más alma de nuestra ciudad por fin reconciliada bajo nuestro techo.
Juan Rafael Alday murió antes de que los hermanos naciéramos. No llegamos a conocerle, pero a menudo me viene a la memoria. Pienso en cómo nos observan desde arriba quienes sentaron pautas que ya son clásicas, modelos formales de estética y de vida. Desde otra balustrada que no se oxida, que no hiere temporales, que no se fragmenta en trozos, nos escrutan. El silencio a veces ejerce su inconsciente autoridad, vigilancia callada más allá de la Santa Clara conocida, de las brazadas de rigor, de la bruma de la 'barra'.
¿Qué pensará de sus sucesores esta estirpe del orden, de balaustradas firmes, de apoyaderos y principios férreos? ¿Cómo nos observaran habiendo pasado media vida contestando y cuestionando el orden que ellos afirmaron? Su adhesión al orden establecido no debiera distanciarnos. Sorteando la mala mar de la intransigencia, la comprensión se impone mutua, de ida y vuelta.
A veces nos puede asaltar el temor de no haber estado a la altura, de no haber dado continuidad al Paseo, de no haber novelado más 'Belle époque'. A veces tememos haber defraudado, no haber respondido, melenas al viento, a la confianza depositada, de habernos deslizado 'rampa' abajo...
La comprensión que quisiéramos para con nosotros es la que somos llamados a desplegar para con ellos. Nacieron y medraron en circunstancias muy diferentes e hicieron lo que pudieron por legarnos lo mejor. Por todo ello, en medio de los tiempos del auge de la intolerancia y la exclusión, apuesta firme y definitiva por la comprensión del otro, del diferente, por supuesto comprensión para con quienes marcharon antes hacia las dimensiones de la levedad y la luz. En la hora en la que tratan de afirmarse los extremos intransigentes, por supuesto afecto y cariño hacia quienes dejaron cuerpo después de haber agotado lápices y más lápices para dibujar otra urbe, otro mundo más bello y armonioso. Definitivamente los dos círculos se concentraban y fundían bajo el laurel. Es fácil encontrarnos en la gran 'rotonda' bajo la alta veleta y el reloj. Es hermoso reconocernos y abrazarnos incondicionalmente más allá de las vicisitudes de cada quien, de las diferencias que pudo labrar el tiempo borrascoso y sus convulsos avatares.
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